Jessica Cáceres, una fotógrafa que no usa efectos especiales y hace arte.
Jessica Cáceres es profesora de Arte en el Instituto “Thomas Jefferson”, allí la conocí. Acababa de volver de Francia, donde obtuvo una Maestría en Artes Plásticas por la Universidad de Rennes e hizo además estudios de Arte Contemporáneo en la Escuela de Artes. Si se trata de capacitación, pocos profesores de arte tienen su nivel en Arequipa. Sin embargo no conozco persona más temerosa de la notoriedad que ella.
En vano traté de tomarle una foto para presentarla junto a esta nota, se escabulló todas las veces, ella, que es fotógrafa. Apenas aceptó responderme algunas preguntas sobre la pequeña muestra de fotografía documental que está exhibiendo en un bazar de artesanías a la entrada de Campo Redondo, en San Lázaro. La muestra se llama “Portraits D’ Artesanos”, así, mitad francés mitad español.
P.- ¿Por qué te interesan los artesanos?
R.- Antes de irme a Francia tuve ocasión de fotografiar a un reparador de imágenes sagradas, Juan Deaelo, y me gustó la idea de retratar a alguien que está trabajando, en su propio espacio y rodeado por sus herramientas y equipos. Haciendo lo que le gusta hacer.
P.- Pero tu muestra es sobre artesanos franceses. ¿Por qué no al sastre de la esquina o a Pedro Huancollo cuando arregla las computadoras?
R.- Porque me voy a Francia y allá me piden un proyecto como parte de mis estudios, entonces busco artesanos franceses, en Rennes. Lo que me llama la atención es su gestualidad, su ropa de trabajo, la manera como van construyendo a lo largo de los años un taller lleno de todo tipo de herramientas y todas muy bien ordenadas y dispuestas. Es un entorno cargado de humanidad y de personalidad.
P.- Noto un punto de vista marxista en esa propuesta…
R.- No fue mi intención, pero mi tutor en la Universidad me dijo eso. Yo solo quería documentar a un grupo de personas que todavía existe aunque está desapareciendo. Ahora todo es producción en serie, descartable, sin personalidad. Lo que ellos hacen es único, está cargado de su esfuerzo personal; otros se dedican a arreglar cosas usadas, a darles una nueva vida…
P.- Carlitos Marx a sus treinta y cinco años habló de la alienación de los trabajadores y más tarde del fetichismo de las mercancías. Su idea es que uno no trabaja para sí mismo sino para otros, y que el fruto de su trabajo le resulta entonces extraño, ajeno, mucho más cuando la producción es en masa. Los artesanos están próximos a su obra, que es única y personalizada; mientras que los obreros no tienen la menor idea de adónde irá a parar lo que han fabricado. ¿Podríamos decir que el artesano todavía es una persona gracias a la vida que infunde en las cosas? ¿Ese es tu tema?
R.- Yo hago fotografía documental. Me interesa personalmente ese pequeño grupo de gente que ya apenas existe, sobre todo en Francia. Fotografié a un taxidermista que me decía mientras estaba en su trabajo que no sabía a quién le iba a dejar todo su conocimiento. Yo muero y no hay quien se interese en esta profesión, me dijo.
P.- Otra manera de ver todo esto es la nostálgica…
R.- Creo que sí. Piensa que yo era una extranjera en Rennes. Quizá lo que buscaba era algo que se pareciera a mi cultura arequipeña, mi entorno de tejedoras de chompas, carpinteros, reparadores de artefactos eléctricos, costureras. Puede haber sido algo inconsciente que me llevó a la subsistencia. Pero al hacerlo descubrí ese mundo y quise darle una imagen.
P.- Me preocupa que ese tipo de rescates cae muy fácilmente en lo que llamo “exotismo interno”. De pronto vemos a los rezagos de nuestra cultura como si fueran algo extraño y valioso, pero no por ellos mismos sino por lo que pueden significar como objeto turístico, como mercancía para la avidez del visitante.
R.- Por eso solo presento artesanos franceses. Era un trabajo académico, pero le vi posibilidades para armar con esas fotos una pequeña exposición. También pensé en fotografíar a artesanos arequipeños y hacer un montaje paralelo, pero hubiera sido otro trabajo distinto. Quizás después lo intente. Sería algo más grande.
Yo soy una callejera. Bueno, no, no soy una callejera sino que camino bastante por las calles.
Cuando presenté mi trabajo en Francia mis compañeros me preguntaban que dónde había conseguido esas imágenes. Ellos vivían en Rennes toda su vida y nunca habían notado que esos talleres existían. A mí me costó muchas horas de caminar con la cámara colgada al cuello, calles, plazas, segundos pisos. Hasta descubrir esos huequitos con esos personajes extraños concentrados todo el día en su trabajo manual todo minucioso.
P.- ¿Y no les molestaba que los interrumpieras en su trabajo?
R.- Primero les pedía permiso para ingresar en su espacio, y esperaba mucho rato, conversando, hasta que se olvidaran de que traía una cámara fotográfica y podía tomarles fotos instantáneas, en movimiento, mal iluminadas quizá porque los espacios eran pequeños y oscuros. Yo no llevaba luces, reflectores, solo mi cámara para pasar inadvertida.
P.- Hay gente que se molesta cuando la quieren fotografiar…
R.- Sí. Yo. (Ríe).
P.- ¿Crees en eso de que te roban el alma cuando te toman una foto?
R.- ¿Esa creencia andina? No. Pero de hecho se llevan un poquito de ti, algo de eso hay.
P.- ¿Conoces el cuento de Cortázar “Las babas del diablo”? ¿No? El narrador dice que cuando uno lleva una cámara fotográfica al cuello aunque no tome ninguna foto empieza a mirar el mundo de un modo diferente, extraño. Todo lo que ve cobra un nuevo sentido. Después Antonioni hizo la película “Blow Up” sobre esa idea.
R.- La película sí la vi, esa del fotógrafo que cree ver un asesinato, alguien escondido entre los árboles, ¿no?
La fotografía es una herramienta para abrir una ventana a otras realidades, a otros mundos. Fotografiar es un modo de conocer. Dos personas enfocan en una misma dirección, sobre un mismo edificio, y cada una saca una foto distinta porque le ha puesto un punto de vista diferente, ha elegido ciertos detalles. En la fotografía nunca hay realismo.
P.- Luego, esa idea tuya de hacer fotografía documental es una broma…
R.- Bueno, sí.
Ya que te dejen fotografiar algo es una libertad y una elección. Los alemanes no te permiten tomarles fotos… Aquí no hay muchos problemas, pero en algunos países la gente piensa que es su derecho dejarse fotografiar.
P.- ¿Somos menos “gente”? ¿Por eso no quieres dejarte fotografiar?
R.- No, no es por eso. Creo que es solamente timidez, odio la notoriedad, que me miren fijamente, ser un centro de atención.
P.- ¿Qué cámara usas?
R.- Una Nikon 100 de película. Es una cámara antigua pero a mí me gusta, me gusta su peso, su forma, me gusta que haga ¡click!
P.- Ahora hay muy buenas cámaras digitales.
R.- Prefiero la película analógica. Hay algo de mágico en la química. Tengo una cámara digital pequeña que uso cuando salgo de viaje, pero incluso en esos casos busco las fotos que expresen la vida de las personas y los lados raros de las ciudades. No me gusta la foto posada, la foto preparada siempre me parece falsa.
P.- ¿Cuántas fotos tomaste de cada personaje de tu muestra para escoger la mejor?
R.- Un rollo de 24 tomas.
P.- ¿No es mucho? Los directores de cine usan una de cinco tomas…
R.- Es por la manera en que trabajo, que trata de ser espontánea, natural. Incluso mis copias no son perfectas, o están sobrexpuestas o con mucho grano o movidas. Eso no me importa, no busco la perfección técnica sino la expresión humana. Hay fotógrafos que trabajan mucho la técnica, pero sus temas no dicen nada.
P.- Prefieres el trabajo artesanal.
R.- Eso parece.
P.- Esta muestra tuya es entonces una defensa del gremio.
R.- Si lo pienso como dices, sí.