Hace una década le pedimos en la revista “Apóstrofe” al escritor arequipeño Carlos Herrera la lista de sus diez novelas favoritas. Solo queríamos los nombres, pero él contestó con un sabroso artículo que quedó inédito. Bien visto, no ha perdido actualidad y merece la publicación, de modo que aquí rescatamos el texto.
Una lista de diez libros. El proyecto parece inofensivo e incluso divertido.
A coger un lápiz -previendo arrepentimientos- y papel, poco antes del almuerzo. El comienzo es rápido; en realidad, automático. La Odisea de Homero, primera explosión literaria, tempranamente sentida y frecuentemente renovada, seguida del Quijote. Luego, ya que estamos en la onda clásica, La Divina Comedia, algún Shakespeare (probablemente Macbeth), Los viajes de Gulliver de Swift…
Cuidado. Apenas estamos entrando al siglo XVIII y la lista está ya a la mitad, con mucho libro por rebanar. Habrá que adelantar algo, dejando en el camino, con pesar, a Diderot y Voltaire, entre otros.
Moby Dick y Crimen y castigo son buenos candidatos; pero el horizonte del siglo XX comienza a mostrar ilustres, indispensables picos: La Metamorfosis, En busca del Tiempo Perdido, Ulises. Luego, un tropel de francófonos (Céline, Camus, Cohen, Duras, Yourcenar), dos o tres anglosajones (Orwell, Faulk-ner, Durrell), descubrimientos recientes (Saramago)…
Desazón. La cuenta está ampliamente sobregirada y, salvo el Ingenioso Hidalgo, todas son traducciones. Cierto que, en una rápida revisión, nada español se impone como evidencia (aunque La familia de Pascual Duarte por ahí asoma la nariz); pero, aún tratando de mantener bajo control algún arranque regionalista, ¿cómo olvidar los Cien años de soledad o la por tantos motivos entrañable Rayuela?
Y ya que andamos en terrenos del boom, ¿no sería legítimo llenar la cuota pe-ruana con alguna de las tres primeras novelas de Vargas Llosa, con toda justicia por lo demás? Pero también está Arguedas, tan importante para uno en alguna época crucial, y los queridos Julius o Martín Romaña. Sin contar con el recuerdo de horas muy felices de la infancia leyendo las Tradiciones Peruanas.
Atención. Al defecto de la indecisión estoy agregando el pecado de la trampa. En efecto, cualquiera de los libros o autores citados puede integrar una lista muy honorable, pero con un tufillo canónico. Y el juego propuesto, recuerdo ahora, es otro: la selección no debe ser necesariamente basada en la importancia literaria, sino en el puro gusto de uno. Si entiendo bien, esto significa que el criterio debe ser el mayor goce que se haya experimentado con una lectura.
Eso no elimina las menciones anteriores (todos fueron intensamente disfrutados), pero sí abre la pampa para mucho más. Hay, por supuesto, los clásicos de la aventura, como Verne, Dumas (sobre todo la trilogía Tres Mosqueteros-Veinte años después-El Vizconde de Bragelonne) o Stevenson; pero también best sellers más modernos que en su momento me dieron horas de abstracción absoluta del mundanal ruido: Camelot de T.H White, Papillon de Henri Charriere (¿se seguirá leyendo?), El Padrino de Puzo, Exodo de Leon Uris (y otros libros del mismo autor, devorados pese a sus desviaciones propagandísticas), El Exorcista de William Peter Blatty…
La mención a este último me recuerda de pronto un vacío inexcusable en una encuesta de estas características: el horror. ¿Cómo olvidar el género al que posiblemente haya dedicado más y mejor tiempo en mis lecturas? Drácula de Bram Stoker, Frankestein de Mary W. Shelley, El Golem de Gustavo Meyrink… Por lo menos uno de ellos ameritaría estar en la lista de diez. Sin contar con mi preciada colección de antologías de Bruguera (los primeros libros que compré con mi plata, fruto de propinas y sacrificios): Los mejores cuentos de ultratumba, Los mejores cuentos de horror, Los mejores cuentos insólitos, Los mejores cuentos diabólicos, Los mejores cuentos siniestros…
Alto. ¿No estábamos hablando de novelas? Y ¿por qué sólo novelas? Para no salir del tema precedente, las Historias Extraordinarias de Poe hacen parte necesaria de cualquier intento de antología personal. Y al lado suyo surge el fantasma de Quiroga y sus cuentos de locura y muerte (lo del amor era puro marketing). Y, ya que estamos en ambientes platenses, también aparece el pulido espectro de Borges. Por la senda de narraciones cortas, otros libros atípicos se suman, en especial los de Calvino.
Roto el marco, ¿por qué olvidar las obras de teatro, leídas antes que vistas, con la misma y a veces más intensa pasión que una buena novela? La Guerra de Troya no tendrá lugar, Un tranvía llamado deseo, El alma buena de Tse-Chuan, Esperando a Godot…
El almuerzo casi ha llegado y el problema es más bien peliagudo. ¿Cómo reducir a menos de una cuarta parte esta lista tentativa sin experimentar una dolorosa sensación de traición, de abandono? Decididamente la crueldad de los encuestadores es tan grande como la de los verdugos de La decisión de Sophie ( A propósito…).
Hay que ser serios. Con el ceño fruncido y lápiz en ristre, marco algunas aspas en torno a los que podrían ser considerados indispensables, procurando guardar el deseado equilibrio entre influencia y gratuidad, reflexión y gozo, estilo y anécdota. Vamos a ver: La Odisea, El Quijote, Historias Extraordinarias, Ulises, La Metamorfosis, Viaje al fondo de la noche, Esperando a Godot, Cien años de soledad, Rayuela…
Alto. Ya van nueve. ¿Cómo escoger el último?
Como suelo hacer en caso de crisis, ya almorzando, confío mis cuitas a mi esposa y a mi hija. Ambas comprenden la gravedad de la situación y tratan de apoyarme con sugerencias. Mi hija (10 años) quizás no entiende por qué no he incluido libros que, desde que ella existe, he leído con gran fruición, como El señor de los anillos o el ciclo de Harry Potter (y no le falta razón), pero se calla con prudencia. Mi esposa es menos prudente y critica algunas de mis elecciones. Pero el problema central surge cuando le confieso que podría estar tentado de incluir a Dumas (el ciclo de los mosqueteros) y no a su caro Proust. Entonces levanta la mano derecha y, con la solemnidad que suele emplear cuando habla en serio, jura divorciarse si consumo tal aberración.
Como comprenderán, ahí acabó la encuesta.