El 29 de julio de 2015 se conmemora el centenario del fallecimiento del historiador y escritor Mariano Ambrosio Cateriano, motivo para redescubrirlo; o descubrirlo.
La edición de sus obras completas, publicadas en 1998 por la UNSA, contó con el impecable estudio preliminar del siempre bien documentado historiador Eusebio Paz Soldán, erudito no sólo en Historia, sino en Genealogía.
En la página X del citado texto –“Un historiador vence al olvido: Mariano Ambrosio Cateriano”— Quiroz detalla: “Mariano Ambrosio tuvo cuatro hermanos: el ya citado José Andrés…, Manuela del Dulce nombre de Jesús, religiosa y priora del Monasterio de Santa Catalina, Pedro José, que murió en la infancia y José Higinio, casado con María Repecares y tronco de la familia Cateriano que proviene del valle de Majes”.
En efecto, los descendientes de José Higinio Cateriano Rivera son numerosos, destacados muchos de ellos por méritos propios en sus trayectorias personales. Cabe resaltar la meritoria labor de Pablo José Cateriano Zapater al fructificar el tan frondoso árbol genealógico.
En cambio, Mariano Ambrosio Cateriano dejó pocos descendientes directos, de sus tres hijos:
1- Maximiana Cateriano de Febres (madre de María Catalina Febres Cateriano y abuela de sus 4 nietos Febres Garcés).
2- María Francisca Cateriano de MacDowall (madre de 4 hijos apellidados MacDowall Cateriano y abuela de Bedoya Mac Dowall y Mac Dowall).
3- Pedro Cateriano Aguirre (padre de Teresa, María y Mariano Juan Cateriano Docarmo y abuelo de nueve nietos apellidados Ruiz Rosas Cateriano, Carrasco Cateriano y Cateriano Obermeier, Cateriano Nydegger, este último, el único bisnieto varón de la exigua línea paterna formada por Mariano Ambrosio –Pedro Mariano Juan.
De Mariano Ambrosio recuerdo su retrato, colgado en la Galería de personajes ilustres del Museo, cerca de Mariano Trinidad Docarmo -ambos acabarían siendo consuegros-.
Sé que el apacible talante de Petronila Aguirre era el contrapeso del enérgico carácter de Mariano Ambrosio, admirado y respetado por sus hijos. Sé que no se limitaba a escribir en publicaciones como La Guillotina, sino que él mismo repartía ejemplares entre las fuerzas vivas. Sé que ninguno de sus hijos le interrumpía cuando se encerraba a escribir y conozco la breve definición, en rima, con la que se dirigía a su hijo -mi futuro abuelo-. Conozco sus prevenciones y opiniones sobre cierta poderosísima orden religiosa- vaticinio, casi, de la posterior intromisión de esta en la esfera familiar.
Detalles de dimensión humana que asoman entre las nieves del tiempo. Tempus fugit, pero quedan las obras.
En la infancia leí sus “Tradiciones de Arequipa o Recuerdos de Antaño”, con curiosidad primero y cierto pesar al final, como sucede con los libros que nos gustan. Son diecinueve historias editadas en 1881. En ellas hay algunas de corte sobrenatural, como “El ánima de don Juan de Mata”, “Un alcalde de chafarote”, “Los escultores misteriosos” (sobre una escultura de la iglesia de Santo Domingo).
Hay otras que relatan sucesos más ligeros, como “Quien manda, manda”, sobre la fundación del Monasterio de Santa Rosa, gracias a una herencia: “El pleito duró siete años; enredóse como un ovillo de pita, ocurrieron en él muchos y muy raros incidentes que de buena gana relataríamos si tuviéramos el antojo de ver dormir a nuestros lectores (lo que Dios no quiera)”. “Las variaciones de doña Ignacia”, “Contra ira, paciencia”, o “Las rodillas inquebrantables” (sobre la negativa de los ediles mistianos a arrodillarse en misa). Del asesinato del alcalde ordinario José Zegarra y del escribano Blas Tapia, tras frecuentar una casa de dudosa reputación, el 3 de agosto de 1760, trata “La alcancía de doña Macrovia”, y de un viejuno pretendiente despechado devenido en asesino trata “Un penitente de jueves santo”.
De un comerciante de paños peninsular instalado en uno de los Portales de la Plaza de Armas trata “Nadie sabe para quién trabaja”: “Inventó la ciencia que llamaremos Nocomía, la que consistía en no comer, y con la fuerza de su voluntad pudo eliminar de su naturaleza esa funesta necesidad, ruina de la riqueza y abismo de los consumos improductivos”.
El Misti y los orígenes de la ascensión al mismo, el 28 de marzo de 1677, es el tema de “Viajes a la China”:”Designado estaba aquel día por el canónigo don Fco. de Soria, comisionado y familiar del Santo Oficio, para la publicación de uno de ésos AUTOS DE FE en los que la piedad cristiana de aquel Santo Tribunal solía regalar a sus amados hermanos con un churrasco. En el tal auto se lucía siempre el brasero donde a fuego lento era convertido algún cristiano en chicharrón, a nombre de la FE y el pueblo respondía con feroces aullidos los lamentos de la víctima, conclyendo esa fiesta, presentábase a continuación otra no menos divertida….Fue tan grande entonces el empeño habido para entrar en relación con el más colosal de los montes, que la autoridad suprema del Estado se encargó de facilitar los medios para cultivarlo”. Asi documenta la creación del Camino de Herradura de la Pampa de Miraflores hasta el cráter en 1878.
Pese a ser historiador y biógrafo, Cateriano no mostró mayor querencia por hacerse un sitiecito en la vitrina de exposición, ya que declinó facilitar sus datos a su amigo Francisco Mostajo, que se propuso biografiarlo, y que leería un responso laudatorio en el funeral de Mariano Ambrosio.
“Todo lo que pido a mis lectores es que me zurren despacito”, escribió.