Hace dos semanas tuvimos ocasión de ver “Bajo la influencia”, la nueva película de Karina Cáceres, en el Teatro del Cultural Peruano Norteamericano.
La primera impresión que nos dejó es que la joven directora ha partido no de una historia (o un guion) sino de una serie de fotogramas. La puede uno imaginar con su cámara lista todo el tiempo para captar LA imagen allí donde se le presente. Cada unidad, pienso, cada toma, cada breve secuencia la debe impresionar por sí sola, por su color, luz, composición, movimiento o lo que fuera en la forma pura, desprovista de sentido por lo menos consciente o racional. Ve el mundo con los ojos del fotógrafo de “Las babas del diablo”, el cuento de Cortázar.
Luego viene el trabajo del rompecabezas, en el que no hay una imagen anterior que recomponer sino una posterior que resultará de la combinación casi aleatoria de las piezas. Pero nada es aleatorio en este mundo, debajo de lo más azaroso hay una lógica pues todo son signos. En esto, la directora se comporta como el analizado, suelta un rollo, se explaya, por libre asociación de ideas.
Como el psicoanalista, el espectador debe advertir entonces en el discurso (en el discurrir de una hora) los lazos entre imágenes: la sucesión, la repetición, las metáforas, las metonimias, el contraste, la complementariedad. Debe subirse, y esta es parte sustancial del placer de la película, en el tobogán que nos ha armado Karina. En el fluir de la obra a una imagen de hilos en una fábrica le sigue una de cintas en una ceremonia y a esta una de hilos en otra ceremonia. A una de agua, una de tierra; a una toma con un tren otra con otro tren pero desde otro punto de vista. A una de luces, una de sombras; a una de un trozo, una de un todo; a una de fiesta en comunidad otra de fiesta en otra comunidad pero muy diferente. De modo que la sintaxis en esta película es más la del juego que la del cine.
Me explico.
El juego se presenta bajo dos formas, que en inglés se distinguen como “play” y “game”, según nos enseña Jean Duvignaud. El game es el juego que sigue normas pre establecidas: el ajedrez, el fútbol. El play en cambio va creando sus normas a medida que avanza el juego. El play es más libre que el game, pero no está exento de reglas. Es el juego de los niños, que inventan sus juguetes o usan los convencionales a la manera que se les ocurre.
Ningún juego se podría jugar sin algún tipo de reglas; solo que en el play esas reglas son ad hoc, casi instantáneas y fugaces. Digamos que en el play sabemos que hay normas aunque no sabemos muy bien cuáles son. Algo así nos pasa con la película de Karina Cáceres.
Sin una anécdota, sin una secuencia lógica de acciones a favor de la tradicional estructura exposición-crisis-desenlace, la directora queda libre a su imaginación, o mejor, a su imaginario. Apenas se vislumbran vagos recortes, capítulos o episodios en el conjunto, a veces sugeridos o apoyados por la banda sonora. Cada uno de los espectadores hará su edición mental y bajo su propia responsabilidad verá o no verá un discurso, u otro. No es que nos deje inermes ante el caos de las significaciones, Karina entrega algunas pistas aunque ocultas, y la primera de ellas parece ser: ¡Diviértanse! Esto es: jueguen conmigo.
Jugar (“play”), sin reglas muy claras, inventando sobre la marcha el juego con el solo requisito de no salirse de él. No nos hace una invitación al análisis racional sino a la diversión (en la di-versión) de las imágenes. Eso dice el título: “Bajo la influencia”. ¿De qué, de quién? No importa.
Podríamos comparar en tal uso del enigma “Bajo la influencia”, de Karina Cáceres, con “Mulholland Drive”, la famosa y controversial película de David Lynch, solo que mientras esta pone énfasis en las zonas oscuras, la de Cáceres lo pone en la claridad, en el fabuloso placer de vivir y de sobreponer al mal (que lo hay también en su película) nuestra capacidad lúdica.
Notabilísima creadora arequipeña que abandona las tareas seguras del cine marginal y se aventura en un campo más marginal aun, el del lenguaje, el de los símbolos, el del juego y la verdad concomitante. Su enfrentamiento con lo real merece no solo admiración por su trabajo sino, más importante, la compañía en su aventura, en su divertimento, en su ludismo que es, en tiempo de híper normatividad o de híper liberalidad, un espacio transicional winnicottiano, un tercer espacio barthiano, un canto a la libertad, un play de honor.