Un hombre furiosamente feliz

El Choclo Ricketts

Por: Willard Díaz

Este mes dos exposiciones en Arequipa de su obra última dan cuenta del talento de José Manuel Rickkets, notable pintor mistiano fallecido de pronto, este año, cuando la vida y los pinceles tenían todavía mucho trabajo que darle. Aquí una semblanza a cuatro voces en memoria del querido artista.

UNO

La vitalidad del Choclo Ricketts era literalmente desbordante. Por eso la noticia de su muerte resultó increíble. Su risa estentórea y su salvaje cabellera lo convertían invariablemente en el centro de la fiesta. Pero este artista entrañable aparecía y desaparecía. Su idea de la vida y del arte era de un dinamismo que no tenía límites. Por eso optó por dejarse llevar por el ímpetu del trotamundos y radicó largas temporadas en París, Florencia, Venecia, Lisboa y, claro, Mejía, el lugar del feliz verano de su infancia.

Su inquietud no solo lo llevaba a cambiar de zona geográfica, sino que era consumido por una voracidad creativa que se expresaba en las largas horas que dedicaba al estudio y contemplación de las obras maestras, en los principales museos del mundo. Su cuaderno rebosaba entonces de notas y bocetos. Pero la pintura no era su único medio de expresión. Repartía sus afanes entre libros de arte y algo de filosofía, aunque era visible su predilección por la literatura. Este interés por las letras pronto se sumó a su pasión por el arte, y se embarcó en la redacción de obras en prosa y poesía. Sin duda en Choclo Ricketts era un espíritu libre que vivió con la más admirable plenitud, entregado a la realización de su valiosa obra.

Oswaldo Chanove)

 

DOS

Hablar de la obra de José Ricketts es tratar de meterse en los demonios interiores que poblaban su obra.

Desde muy joven el Choclo supo que quería ser pintor y vivir la vida; ambas cosas las hizo sin freno ni parámetros. Si bien tuvo a su alcance obras internacionales en vivo gracias a sus estancias europeas, la suya fue siempre una obra muy personal, sin ataduras ni maestros.

Se podría ubicar su obra en un expresionismo figurativo de colores vibrantes y figuras simplificadas que expresaban su rico mundo interior poblado de demonios, duendes, fantasmas y uno que otro ser real que transformaba para adecuarlo a su libreto. Muchos de estos seres provenían de su vasta cultura visual, literaria, musical pero fundamentalmente cinematográfica. Todas las cosas que le fascinaban y enriquecían como persona y artista. Bocetaba y escribía mucho sobre sus futuros cuadros y esculturas para luego con libertad y rapidez resolver sobre a tela su gran imaginación y dejar la vasta obra de la que hoy vemos solo unos pocos ejemplos.

Trabajador incansable de la pintura y nunca cedió terreno a la moda o al mercado, cosas hoy difíciles de encontrar y que deben ser ejemplo para los jóvenes que quieran dedicarse al arte.

(Ricardo Córdova Farfán)

 

TRES

El Choclo no era lo que los demás querían que fuera. La libertad era su sustancia más íntima. Su risa era más graciosa que cualquier chiste.

Sabía ser amigo de verdad y enemigo de verdad. Era un ser consumido por sí mismo, hasta importarle nada y todo. Su intensidad no conocía el fin ni la renuncia. Todos los días podía comenzar algo nuevo. Tenía la terquedad de una brújula.

Fue lento habituarme a su velocidad espartana, a su conversación ilustrada, inteligente, divertida, que no conocía límite. Era un viajero cargando con sus sueños de colores intensos y poniendo su vida siempre sobre el filo de la navaja. Su pintura era la fuerza que le permitía tener una ruta en la tormenta, era su alegría. Se sentía brillante y no lo ocultaba. En su pintura se sentía como un pez multicolor, danzando en su único y propio territorio. Su meta era construir alguna forma de soledad.

(Germán Rondón Valdivia)

 

CUATRO

Lo conocí en la casa que Luis Palao instaló en Cayma cuando estuvo casado con Lissie Ricketts, allá por los años 80. Las reuniones eran un jolgorio de chistes, chismes, bromas y discusiones sobre arte. Palao y el Choclo eran artistas distintos y casi nunca se ponían de acuerdo sobre cuestiones estéticas, pero eran buenos amigos. Cuando vi los primeros cuadros del Choclo, que fue autodidacta, me parecieron más plenos de intención que de estilo. A lo largo de los años el pintor fue descubriendo a fuerza de pasión dentro de sí mismo la manera de expresar esa potencia vital que lo animaba desde su juventud en sugestivas figuras y colores siempre explosivos, de trazos rápidos y cargados de emoción. Expresionismo, pero a diferencia del turbio expresionismo alemán, el del José Ricketts está lleno de vida, de sensualidad, de buen humor.

Otra experiencia que le recuerdo completa quizá el cuadro de su personalidad. Fue en el diario Correo, cuando organizamos con Omar Zeballos un concurso de Cuento y el Choclo ganó uno de los premios. El suyo era por supuesto un relato humorístico, muy bien escrito, que nos reveló otra faceta del artista que era. En los años siguientes tuve ocasión de compartir con él algunas reuniones las veces que pasaba por Arequipa en medio del eterno girar alrededor del mundo en que se fue convirtiendo su vida. Hasta que un día, hace medio año, publicó en Facebook un cuento más. Le escribí felicitándolo y me ofreció colaborar con esta página todas las semanas enviando un cuento y un dibujo alusivo. Quince días más tarde en vez de los cuentos nos llegó la insólita noticia de su muerte. Nadie entre los amigos podía ni puede creer que una persona tan llena de vida y tan feliz de vivirla, con tanto arte y sensibilidad metidos en el cuerpo pudiera dejarnos antes. Estoy seguro que esos cuentos felices deben estar por allí y que un día vamos a leerlos.

(Willard Díaz).

 

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