Por Carlos Garayar
¿Cuando escribes un cuento, partes de una estructura o vas inventando todo a medida que escribes?
Existen concepciones como la de Horacio Quiroga quien afirma que el cuento debe estar prefigurado, y quiere decir con esto que por lo menos se debe tener un comienzo y un final antes de sentarse a escribir. Esa estructura cerrada se ha utilizado en el cuento clásico, pero a mi parecer, o en mi caso, esto no ocurre, ya que lo más importante para mí es llegar a la voz narrativa y, consecuentemente, llegar a imaginar al narrador del cuento. Y de allí, llegar al tema y al argumento.
Creo que a ninguno de mis cuentos de “Una noche, un sueño” lo he tenido definido como lo hacía hace unos diez años atrás, cuando los trabajaba mucho mentalmente. Ahora creo que es mejor tener primero un punto de vista; para mí es lo más importante.
Como ejemplo tengo mi cuento Una noche un tren. Tuve la experiencia real: en uno de mis viajes me quedé dormido y casi pierdo el otro tren. Luego busqué el punto de vista y traté de ponerme en el cuerpo del narrador; fui tejiendo el texto conforme salían las cosas y hasta el final, que no lo tenía previsto.
¿Te identificas con esos narradores, o estableces distancias con ellos?
Me identifico primordialmente con el narrador ficticio. Me parece lo más apropiado, porque a partir de este narrador me imagino una historia nueva, que no tiene que ser necesariamente real. Hay que creer en ese narrador desde el punto de vista que planteamos y, luego, lo que éste cuente debe ser contado como si fuera real. Continuamente debo creerme, imaginarme el cuento.
La identificación que debemos tener con el narrador debe ser auténtica. Esto sucede con muchos narradores, como Vargas Llosa, quien cuenta en “Historia secreta de una novela” que se identificaba plenamente con el narrador de una escena de “La casa verde”, y hasta quebraba en llanto mientras la escribía.
Eso es lo que se busca cuando uno quiere escribir un cuento. Por eso es muy importante creer en lo que se escribe.
Ser profesor de Literatura y haber dirigido talleres de escritores debe haberte formado una consciencia sobre la técnica. ¿Qué rol juega la técnica en la narración?
Pienso que la técnica se aprende de forma empírica, no se enseña y no se aprende. Pero, de otra parte, en el proceso de creación hay dos etapas importantes: una, la que trabajas con el corazón, y otra con el cerebro. En la primera etapa te identificas con lo narrado y lo sientes real, pero en la segunda puedes discernir sobre tus errores, y te das cuenta que hay imprecisiones en lo que intentas comunicar. Encuentras palabras chirriantes, repeticiones innecesarias. Hay algunas alternativas, como el seguir modelos, a Hemingway o a Vargas Llosa
Pero hay que tener cuidado. Por ejemplo, cuidarse del estilo de Borges, que se pega muy fácilmente.
El trabajo formal es muy importante, y los talleres brindan la consciencia de la forma; permiten comprender que la inspiración es mínima, frente al trabajo de reconstrucción y chequeo de la prosa.
¿Qué escritores jóvenes peruanos te gustaron más en sus últimas obras?
Voy a nombrar a Niño de Guzmán con sus “Caballos de media noche” y “Una mujer no hace verano”, a Alonso Cueto con “La batalla del pasado”, a Javier Arévalo con su novela y sus cuentos, a Mario Belatín con sus cuatro novelas cortas, entre ellas “Salón de Belleza” que es la mejor, a Carlos Herrera con “Blanco y negro”, y a Oscar Malca con “Al final de la calle”.