“Aquel hermoso muchacho que ha mirado sus ojos”

CUENTO de Pamela Cáceres Sumire

«¿Quieres sentarte conmigo? ¡Vamos a tomar el sol de la tarde!», era la proposición más amable que alguien podía escuchar en una vida. Irene sonrió como pudo y él entendió que aquello era un sí y estuvieron allí ante la tibieza y la claridad, arrellanados en silencio en medio del frescor de la hierba.

En realidad, lo mejor del día en Arequipa es la tarde, las mañanas son cansadas y sofocantes, aunque una no mueva un dedo igual se cansa, las noches son imperceptibles y huecas, pero en la tarde una está inspirada y feliz, como a punto de brotar. Los colores del sol, carmesí, malva, quizá fucsia; rojo, al fin y al cabo.

Irene entiende que una vez más el muchacho la observa con intriga. Qué magnífica costumbre querer leer a través de mis ojos. Eso casi nadie lo ha hecho, tal vez Francisco, pero el pobre me miraba así cuando temía que algo me irritara, y eso era odioso, un despreciable arribismo el querer que una no se moleste cuando todo ya es un desastre. Pero este muchacho, este muchacho me observa con intriga, soy yo una pregunta que él sabe no resolverá, y aun así me mira y quiere adivinar, si estoy feliz, si hay dolor, si estoy cómoda con él, ¡eso sí que es existir para alguien!, y este muchacho, este muchacho sabe que existo.

¿Tienes frío?, pregunta el chico y frota los hombros de ella con manos grandes y firmes, en el cuerpo de ella se siente un leve temblor. Se quedan un rato más allí sentados. El sol a punto de morir.

El muchacho decide por fin conducir la silla de regreso.  Por la vereda de cemento las ruedas se deslizan pacíficamente hacia los dormitorios.

La anciana todavía disfruta el contacto de las manos de aquel hermoso muchacho que ha mirado sus ojos.

 

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