Por Pamela Cáceres
Supongamos que New York es una ciudad es título de la docuserie en Netflix dirigida por Martin Scorsese. También es una de las afirmaciones tautológicas que hace Fran Lebowitz para señalar que este lugar del mundo quizá más que una urbe sea una mera aglomeración de individuos un tanto egoístas, automatizados y maleducados dirigidos por burócratas a los que les falta lógica y sinceridad. ¿Algún parecido con el Perú?
Aunque la idea podría ser algo quejumbrosa, no se puede dejar de carcajear ante las reflexiones de Fran, ni siquiera el mismo Scorsese se contiene y de seguro ya podría ser declarado como poseedor de la risa más contagiosa de la pantalla. Aunque en estos tiempos la risa ha degenerado por su estrecha relación con el cinismo, lo leve y lo vulgar, estas risas no te dejan un mal sabor porque te abren puertas a una serie de pensamientos severamente lógicos y por ello desconcertantes.
¿Quién es esta anciana judía que parece algo cascarrabias? Hace unas décadas fue una inteligente articulista y escritora de ensayos que al parecer jamás perdió el tiempo intentando que sus ideas fueran agradables para el gran público, una estrategia que le ha otorgado fama y respeto. Los capítulos más interesantes son aquellos en los que habla de literatura, música y cultura y por supuesto de esa fauna que compone el mundillo artístico.
¿Por qué le llamamos a todo arte? ¿Es el arte mejor que el deporte? ¿Es indispensable que las autoridades neoyorquinas financien el arte por encima de otras necesidades públicas? ¿Dónde encaja nuestro progresismo a la hora de hacer valoraciones artísticas o literarias? ¿Pueden los seres despreciables producir grandes obras?, ¿y deberíamos consumirlas o deberíamos hacer una pira con ellas? Cada pregunta se responde con una anécdota sabrosa en la que interviene Toni Morrison, Andy Warhol, Charles Mingus o Edith Warthon. Una ambientación sobria y significativa y el clásico manejo cinematográfico de Scorsese. Esta será una de las mejores entregas de Netflix en el año.