MAURICE RAVEL Y SU BOLERO

Por: Augusto Vera Béjar

Cuando el 22 de noviembre de 1928 fue estrenado el “Bolero” de Maurice Ravel en el Teatro de la Ópera Garnier de París, el público quedo impactado por las características inusuales de la obra que desde el primer momento logró popularidad. Pero no todos quedaron conformes con lo que acababan de escuchar. Una señora salió del local gritando:

¡Un loco! ¡Un loco!

Alertado el compositor por su hermano, que había presenciado la actitud de la espectadora, se apresuró a tranquilizarlo:

No te preocupes, es la única que ha entendido el asunto.

Muchas veces, a lo largo de su vida, Ravel, que vivió entre 1875 y 1937, se referiría a la que es, sin lugar a dudas, la más celebrada de sus obras, en términos poco elogiosos. La llamaba, por ejemplo, “danza lasciva” y a veces contestaba a quienes le felicitaban por la obra expresando: “¡Bah! Solo es una moda”.

Quizás tenía en cuenta Ravel las características aparentemente muy simples de su composición que consta, aunque parezca increíble, de solamente dos melodías, un ritmo incesante, en el compás de ¾, confiado al tambor sinfónico y un bajo continuo. Lo que hace atractiva la obra, que fue prevista para durar 17 minutos, es la maravillosa orquestación con que la revistió, la intensidad que empieza muy suave y que se va incrementando hasta llegar al fortissimo y el empleo de instrumentos no muy usados en las orquestas de la época, la mayor parte de ellos de tesitura muy aguda.

El Bolero nació del pedido expreso de Ida Rubinstein, bailarina de ballet de origen ruso que brillaba en París en los años 20 del siglo pasado en que también era muy reconocido Ravel. En su origen, el ballet se escenifica en una taberna en Andalucía en la que Ida Rubinstein baila sobre una mesa inmensa. El ritmo comienza a crecer en intensidad y pronto se suman a la danza los gitanos que rodean la mesa y se suben a ella para crear, junto a la solista, un verdadero remolino de danzarines. Al comienzo, el compositor denominó su obra como “Fandango” pero luego, considerando que el ritmo de esa danza española era demasiado rápido, terminó por llamarla Bolero.

Pero ¿cómo puede lograr una obra que solo tiene dos melodías la fama y la aceptación total de que goza hasta la actualidad? Simplemente la orquestación en la que Ravel es un maestro. La primera melodía se presenta nueve veces en la obra y la segunda también nueve. En cada caso, ambas melodías se engarzan mediante un ritornello de dos compases que contribuye a remarcar el ritmo del tambor. La obra empieza con la base rítmica y un pizzicato de violas y violoncellos al que se van sumando la flauta, el clarinete, el fagot, el clarinete requinto, el oboe de amor, la trompeta con sordina, el saxofón y las cuerdas. Todo el grupo va creciendo en intensidad conforme crece también el número de instrumentos que intervienen. Así se llega a un fortissimo impresionante en los últimos compases de la obra.

La pieza, que se inició, de acuerdo al pedido de la coreógrafa, como un ballet, pronto se independizó y empezó a interpretarse en su versión orquestal en una sucesión de éxitos artísticos y financieros que no ha parado hasta la actualidad.

Algo que se menciona muy poco sobre el Bolero es el gran éxito económico que logró a través del tiempo y que se puede calcular en algunos millones de dólares. La historia de esta herencia, que fue a parar en manos de personas extrañas y no de alguno de sus parientes, no hace sino contribuir a las muchas leyendas que se han tejido alrededor de la famosa obra.

El propio compositor contribuyó a ello con las diversas oportunidades en que se refirió al Bolero en términos algo despectivos. Justamente en una entrevista que le hicieron en sus últimos años, que fueron una verdadera tortura debido a los grandes males que sufrió, le preguntaron directamente:

—Maestro, ¿cuántas obras maestras ha compuesto en su vida?

A lo que Ravel contestó:

—Solo una, el Bolero. Lamentablemente contiene muy poca música.

Hoy en día nadie está de acuerdo con la opinión del compositor. El Bolero sí contiene mucha música y es reconocido como una de las obras maestras de la música universal.

 

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