Flora Tristán
Los Tristán fueron una de las familias más ricas y poderosas de Arequipa herederas del virreinato español en el siglo XIX. El padre de Flora Tristán, el capitán Mariano de Tristán, contrajo matrimonio religioso en Bilbao con la francesa Thérèse Lesnais, y pronto, en 1803, nació la hija única.
Criada al modo aristocrático hasta los cinco años, la vida de Flora Tristán cambió radicalmente cuando falleció el padre. La familia, empobrecida pues el matrimonio no fue legalmente reconocido, viajó a París donde la hija a los dieciséis años tuvo que trabajar como obrera de una imprenta y luego casarse con su empleador. El matrimonio convenido duró poco pues Cazals, el esposo, era violento y autoritario. Flora abandona el hogar con sus dos hijos y trata de conseguir el apoyo de su familia arequipeña pues vivía como una “paria”, al decir de la época. Viaja en 1832 a Perú y vive en Arequipa medio año en busca de su herencia, que le es negada. A su vuelta a Europa escribe una crónica sobre este viaje, a la que titula “Peregrinaciones de una paria”, publicada en francés en 1838, y que dedica “A los peruanos” con su firma: “Vuestra amiga y compatriota”.
Este libro es considerado a la vez que una crónica del estado de la sociedad arequipeña de los primeros años de la Independencia, un texto ideológico escrito por una mujer en condición de cambio, de una clase o grupo hacia otro, de una cultura a otra, de una convicción a otra, en tránsito de la dependencia de género hacia la emancipación de la escritora a través de su pensamiento y su arte.
A los peruanos
“Peruanos.
He creído que de mi relato podría resultar algún beneficio para vosotros. Por eso os lo dedico. Sin duda, os sorprenderá que una persona que usa tan escasos epítetos laudatorios al hablar de vosotros haya pensado en ofreceros su obra. Hay pueblos semejantes a algunos individuos: mientras menos avanzados están, más susceptible es su amor propio. Aquellos de vosotros que lean mi relación sentirán primero animosidad contra mí y no será sino por un esfuerzo de filosofía que algunos me harán justicia. La falsa censura es cosa vana. Fundada, irrita y por consiguiente, es una de las más grandes pruebas de la amistad. He recibido entre vosotros una acogida tan benévola que sería necesario que yo fuese un monstruo de ingratitud, para alimentar contra el Perú sentimientos hostiles. Nadie hay quien desee más sinceramente que yo vuestra prosperidad actual y vuestros progresos en el porvenir. Ese voto de mi corazón domina mi pensamiento y al ver que andáis errados y que no pensáis ante todo en armonizar costumbres con la organización política que habéis adoptado, he tenido el valor de decirlo, con riesgo de ofender vuestro orgullo nacional.
He dicho, después de haberlo comprobado, que en el Perú la clase alta está profundamente corrompida, para satisfacer su afán de lucro, su amor del poder y sus otras pasiones, a las tentativas más antisociales. He dicho también que el embrutecimiento del pueblo es extremo en todas las razas que lo componen. Esas dos situaciones han luchado siempre, en todas las naciones, la una con la otra. El embrutecimiento de un pueblo, hace nacer la inmoralidad en las clases altas y esta inmoralidad se propaga y llega, con todo el poder adquirido durante su carrera, a los últimos peldaños de la jerarquía social. Cuando la totalidad de los individuos sepa leer y escribir, cuando los periódicos penetren hasta la choza del indio, entonces, encontrando en el pueblo jueces cuya censura habréis de temer y cuyos sufragios deberéis buscar, adquiriréis las virtudes que os faltan. Entonces el clero, para conservar su influencia sobre ese pueblo, reconocerá que los medios que emplea en la actualidad no pue-den servirle ya. Las procesiones burlescas y todos los oropeles del paganismo, se reemplazarán por instructivas prédicas. Porque después de que la Prensa haya despertado la razón de las masas, será a esta nueva facultad a la que será preciso dirigirse, si se quiere ser escuchado. Instruid pues, al pueblo; es por allí por donde debéis entrar en la vía de la prosperidad. Estableced escuelas hasta en las más humildes aldeas: es lo urgente en la actualidad. Emplead en esto todos vuestros recursos. Consagrad a ello los bienes de los conventos, no podrías darles destino más religioso. Tomad medidas para facilitar el aprendizaje. El hombre que tiene un oficio, no es ya un proletario. A menos que lo hieran calamidades públicas, no tiene ya necesidad de recurrir a la caridad de sus conciudadanos. Conserva así esa independencia de carácter tan necesaria de desarrollar, en un pueblo libre. El porvenir es de América. Los prejuicios no pueden adherirse en ella como en nuestra vieja Europa. Las poblaciones no son bastante homogéneas como para que ese obstáculo retarde el progre-so. Desde que el trabajo cese de ser considerado como patrimonio del esclavo y de las clases ínfimas de la población, todos harán mérito de él algún día, y la ociosidad, lejos de ser un título a la consideración, no será ya mirada sino como el delito de la escoria de la sociedad.
El Perú, era en toda América el país de la civilización más avanzada, a raíz de su descubrimiento por los españoles. Esta circunstancia debe hacer presumir favorablemente acerca de las disposiciones nativas de sus habitantes y de los recursos que ofrece. ¡Que un gobierno progresista llame en su ayuda a las Artes de Asia y de Europa y pueda hacer que los peruanos ocupen aquel rango entre las naciones del Nuevo Mundo! Es deseo muy sincero que me anima.
Vuestra compatriota y amiga.
Flora Tristán.
París, agosto de 1836”.