Reseña del libro de Dante Trujillo, por Willard Díaz.
Con este atractivo título se editó en Alfaguara un libro del periodista y editor limeño Dante Trujillo, que ha sido considerado uno de los más importantes de 2022 por la mayoría de los reseñistas de fin de año. En general, la crítica elogió el libro, aunque no hubo unanimidad sobre su género; para algunos era una novela, pero para el autor es una crónica; la editorial lo incluyó en su colección de Narrativa Hispánica.
Bajo el impacto de una noticia de diario, un asesinato múltiple cometido por un vendedor de salchipapas en Lima, en 2017, el narrador, esto es, el personaje que dentro del libro nos habla, evoca las imágenes que de adolescente colegial recibió como impacto durante un curso de Historia del Perú, de su colegio, el Champagnat.
Son las imágenes que corresponden al levantamiento de cuatro militares arequipeños naturales de Huancarqui, distrito de la provincia de Castilla, los hermanos Gutiérrez, que en junio de 1982, durante cuatro días tomaron el poder de Lima, derrocando al coronel José Balta, para evitar que este entregase el cargo a Manuel Pardo, del Partido Civil, presidente elegido.
La extensa crónica de Dante Trujillo (404 páginas) sigue día a día al levantamiento con datos de una investigación periodística hecha a fondo, y muestra uno de los pasajes más brutales y violentos de la política limeña de la época. Sobre los hechos históricos podrán manifestarse los profesionales, los docentes, los políticos, los lectores. Me parece que además, de paso, se puede usar el libro para pensar sobre la nueva narrativa peruana, y en especial sobre la escritura posmoderna que se asoma en nuestro país.
Pensamos en la compleja relación que existe entre “hechos o acontecimientos”, “historia”, “relato”, y la llamada ciencia de la Historia (así, con H mayúscula, para diferenciar). Esta relación, bajo diversas presiones, está cobrando actualidad en nuestra comprensión de la verdad, de la realidad peruana y de los medios de comunicación masiva. No solo estamos viviendo en medio de una crisis con las comunicaciones periodísticas nacionales, sino en medio de una compleja correlación identitaria que estos días muestra varias formas de ser y de pensar el futuro peruano.
De algún modo la situación parece alcanzar a la producción simbólica en el campo de la literatura nacional: se escriben ahora muchas novelas históricas, pero, además, los géneros se están mezclando y los límites se desdibujan. No como siempre, sino como fruto de las nuevas relaciones de la población con las comunicaciones globalizadas.
“Una historia breve, extraña y brutal” es contada por Dante Trujillo, en su rol de narrador, y sigue en seis capítulos, un prólogo y un epílogo, en más de cuatrocientas páginas, la revuelta de los coroneles Gutiérrez sucedida en Lima hace más de 150 años. El narrador nos presenta los hechos aclarando a cada paso que las fuentes históricas son insuficientes, que a menudo son poco fiables, que sin embargo permiten imaginar un acontecimiento histórico sumamente violento y crucial para el desarrollo del país; con él concluyó el período militarista que desde los años de la Independencia hasta 1872 gobernó el país casi por derechos sucesivo, y con él también se inicia un nuevo período, llamado por la burguesía limeña “democrático”, que llega hasta nuestros días.
Dante Trujillo ha estudiado Literatura en la universidad, es magister en Literatura Comparada, y tiene además estudios de doctorado en Humanidades. Es pues un periodista bastante bien calificado. Su conocimiento de categorías literarias y teorías de las ciencias sociales debe ser considerable. Y es probable que ello lo lleve a experimentar con aquellos elementos de la estructura narrativa que pocas veces son puestos en juego por otros narradores. Eso se advierte mediante una lectura de dicha forma más que en la lectura corriente de los acontecimientos. Categorías como “relato posmoderno”, “historia”, “narración”, “texto”, “hechos”, “fuentes” y otras son cuestionadas en este libro.
De todas ellas, los “hechos” suelen parecer los más objetivos: aquello que verdaderamente ha sucedido. Mientras que los relatos son discursos, narraciones que se ajustan en mayor o menor grado, con más o menos arte, a los hechos del mundo real. La ciencia de la Historia es cosa de académicos, de historiadores profesionales; los hay de los llamados “archiveros”, los que buscan y recopilan con mucho trabajo los datos, los documentos, las fuentes del pasado; y junto a ellos están los propiamente llamados “historiadores”, aquellos que se encargan de interpretar los datos, de darles un “sentido”.
En cierta parte, Dante Trujillo nos dice que no es un historiador (científico, se entiende), señala que para él escribir es “hacer un camino”: “Una de las principales tareas del narrador es cortar un trozo de historia, genuina o imaginaria, y hacerla su historia”.
Esta indiferencia entre “genuina o imaginaria” es una de las características del pensamiento posmoderno que la obra de Trujillo representa. La hallamos en el primer Roland Barthes, en Derrida, en Hillis Miller, en White. Para ellos todo texto es “discurso”, por lo tanto el discurso de la Historia es también una estructura narratológica y en el fondo una construcción. (Cabe señalar que esta visión textualista y sincrónica ha sido superada ya por los nuevos posmodernos estructuralistas).
A lo largo del libro de Trujillo se presentan justificaciones para la dicha adopción. Estoy creando un camino, nos dice. A falta de evidencias palpables en el caso de los hermanos Gutiérrez, el cronista se ve obligado a suponer. En varias páginas nos lo advierte: supongo, me imagino, me parece. Ni siquiera la fotografía que impactó su sensibilidad de estudiante resulta ser cierta. Mediante un detallado análisis determina que los cadáveres de dos de los insurrectos, colgados de las torres de la Catedral de Lima, supuestamente fotografiados y por lo tanto testimonio real, corresponden a una fotografía poco fiable. Se trataría de un fotomontaje sensacionalista más. Ya entonces, ni en la fotografía se podía confiar. Luego, visto el problema de las fuentes, solo podemos esperar la prudencia del narrador y su declarada sinceridad, que son su licencia para “construir un camino”.
Así, el libro más que un documento histórico viene a ser un ejercicio de construcción confesada de una lectura subjetiva de unos hechos malamente documentados, y no cabe discutir cuánto valor tiene como fuente para la ciencia de la Historia del Perú, como se ha hecho a veces en comentarios y por parte de entrevistadores de Dante Trujillo en Lima, Hay que admirar en él una pasión, la insistencia en seguir las huellas de trauma óptico, el empleo de los recursos del periodismo para la pesquisa de datos históricos, la inteligente apropiación de los recursos de la técnica literaria, la oportunidad para inscribir en el canon un libro atractivo para los lectores limeños; y de paso, anotar en nuestra agenda la temprana adscripción de rasgos a otro personaje que si bien campea en estas singulares páginas, no es el protagonista: “el populacho”.