Por Willard Díaz
En el habla común llamamos ensayo tanto a la acción cuanto al resultado de ensayar. En el primer caso es la forma presente de un verbo (yo ensayo); en el segundo, un sustantivo (el ensayo).
Si consultamos el Diccionario de la Academia veremos que Ensayar es probar, reconocer una cosa antes de usarla; y, también, preparar el montaje y la ejecución de un espectáculo antes de ofrecerlo al público. Note que en ambas acepciones figura la frase antes de, que sugiere una postergación indefinida: mientras se realizan ensayos no hay versión final, no hay verdad definitiva. Si buscamos luego la palabra ensayo leeremos que es acción y efecto de ensayar, y también escrito, generalmente breve, constituido por pensamientos del autor sobre un tema, sin el aparato ni la extensión que requiere un tratado completo sobre la misma materia. Esta última es la acepción que nos interesa; encontramos en ella dos de los elementos característicos del ensayo como género literario, la brevedad y el punto de vista del autor. A estos dos hay que añadir su propósito crítico persuasivo y tendremos una buena definición de ensayo.
Decimos entonces que el ensayo es un texto breve escrito en prosa con el propósito crítico de persuadir al lector sobre alguna norma de acción que el autor sostiene.
Para entender mejor esta definición veamos por separado sus cuatro elementos: brevedad, prosa, persuasión y norma.
La brevedad
La definición de ensayo que he dado vale para numerosos textos que se presentan en diarios y revistas, que son leídos por radio, y que afectan a la vida, las creencias, las normas y opiniones de millones de personas. El ensayo, sin duda, es el género literario más utilizado en la sociedad contemporánea. Su abundancia se debe en parte a su brevedad, que resulta una ventaja en una sociedad abrumada por la falta de tiempo para lecturas mayores. Los asuntos complejos se prestan más para la extensión de un tratado o un libro científico de 300 páginas; el ensayo en cambio ocupa pocas líneas, entre 500 y 5000 palabras, una columna de un diario o una página de una revista; cinco o diez o quince minutos de lectura; no más.
Por supuesto, podemos encontrar ejemplos de ensayos que salen de esos límites, pero son la excepción, no la regla.
La brevedad del ensayo no es casual, está directamente relacionada con su naturaleza tentativa. El ensayo, lo mismo que el cuento, se lee completo de corrido, y nos impacta de un golpe, nos conmueve o convence en un momento de atención ininterrumpida, de modo que apenas termina la lectura podemos meditar sobre sus ideas, sacar conclusiones y tomar determinaciones inmediatas. Esos movimientos del espíritu deben ser controlados por el escritor de ensayos, deben ser planeados con cuidado y manejados en provecho de sus propuestas.
La prosa
El segundo rasgo distintivo del ensayo, el hecho de que está escrito en prosa, parece innecesario analizarlo. Sin embargo, bajo su naturalidad hay oculta una retórica, una estructura comunicativa.
Si queremos escribir un ensayo disponemos de poco espacio, por ello las palabras deben ser las precisas, las necesarias, las más agradables, las justas. El trabajo con el lenguaje merece la atención de una pequeña obra de arte.
El poema tiene sus reglas de ritmo y metro que están definidas por la extensión de cada verso; la prosa también tiene principios rítmicos que la hacen agradable a la lectura, pero la unidad aquí no es el verso sino el grupo fónico, esas pequeñas partes de la oración que tienen cierta forma musical y un sentido propio. Un grupo fónico puede tener entre cinco y diez sílabas; se presenta en las oraciones simples con una sola entonación; en oraciones compuestas con dos entonaciones complementarias: una ascendente y otra descendente; o, en unidades más complejas, en un juego de cadencias y anticadencias. La música natural de la prosa es un asunto bastante complejo y fino. En el caso del ensayo, el ritmo y la melodía deben adecuarse al tono de la tesis, hacerlo grave y solemne en algunos, impresionante y sensible en otros, o bien ligero, simpático, humorístico, si es necesario.
Las reglas de la escritura en prosa son poco conocidas; como todos somos capaces de hablar en prosa creemos que es fácil escribirla bien. Pero quienquiera que se haya sentado ante su máquina tratando de escribir algo sabe que las palabras no vienen con facilidad y que tener un estilo de escribir no es sencillo.
En primer lugar, para escribir un buen ensayo se necesita haber adquirido antes un grado de dominio de las reglas de ortografía: del buen uso de letras y signos de puntuación, de las preposiciones, de la concordancia; se necesita estar en condiciones de aprovechar todas las posibilidades que nos brindan los verbos, los adverbios y las partículas. Además, sin un vocabulario más amplio y preciso que el común no podremos escribir con riqueza y ni expresar con claridad nuestras ideas. Se puede ir perfeccionando la destreza de la redacción a medida que vayamos aprendiendo a escribir ensayos, pero debemos ser conscientes que en este caso enfrentaremos dos tareas a la vez, lo cual demanda doble esfuerzo, no dos trabajos a medias.
Hay también principios lógicos para la estructuración del texto, para la escritura de párrafos, para la organización de esos párrafos; debemos aprender a manejar el ritmo del documento, la armonía de las partes, la tensión de las preguntas.
Existen, finalmente, procesos y formas específicas del género, un modo de abrir, exponer y cerrar un ensayo; hay diferentes tipos de organización del material. Todos estos son aspectos de los cuales se ocupa la Retórica; y este libro es justamente un manual de Retórica del ensayo.
El uso correcto del lenguaje y la buena prosa del escritor, junto a su inteligencia, han hecho del ensayo lo que es, un género literario moderno. Como en la poesía o en la novela, podemos encontrar en el ensayo verdaderos artistas: Alfonso Reyes, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, José Carlos Mariátegui, José Martí, Mario Vargas Llosa, y también Jean Paul Sartre, Michel Foucault, Susan Sontang, Fernando Savater, entre otros.
La persuasión
Todo ensayo, sea un editorial de diario o de revista, un comentario político, un argumento moral o estético, una réplica o una propuesta de clasificación, tiene un propósito persuasivo. Se escribe un ensayo cuando un redactor, un intelectual, un líder advierte que alguien está siguiendo normas erradas, comete violación de principios de convivencia humana, tiene creencias equivocadas o simplemente no está informado de la conveniencia de cierta conducta; y trata de convencerlo de cambiar de punto de vista o de actitud. De un modo abierto y franco, o de manera cubierta e indirecta, el escritor señalará al lector la norma más adecuada y, si es posible y necesario, el camino para seguirla.
Persuadir a nuestros semejantes ha sido, probablemente, una necesidad para el hombre desde que se hizo hombre, desde que empezó a vivir en comunidad, dividió el trabajo con sus semejantes, trató de convencerlos de una propuesta. La práctica de la persuasión cruza los siglos y sale de la Edad Media al Renacimiento ya madura, lista para convertirse en un género literario moderno: el ensayo. Le ayudó la invención de la imprenta, pues en ella se editaron los primeros ensayos, los del francés Miguel de Montaigne, en 1580. A Montaigne le siguió Francis Bacon, que publicó sus Essays en 1597, y a éste numerosos escritores europeos que le dieron brillo propio al género. Sin duda, el ensayo contribuyó a desarrollar nuestro sentido de la modernidad, tanto en Europa como en América.
En la base de la actitud del ensayista hay importantísimas decisiones morales y principios que lo sostienen y lo impulsan a la polémica. Pero aquí no se analizan los motivos que llevan a alguien a querer escribir un ensayo: son previos a la escritura. La posición moral, política o religiosa del autor es responsabilidad suya, se supone que antes de escribir ha meditado profundamente sobre el uso del don artístico que tiene en las manos, sobre el poder que le confiere el acceso al medio de comunicación que ha conquistado, y, sobre todo, se supone que ha analizado responsablemente el destino que imagina para sus lectores. Una vez que tenga algo serio que decir, se le planteará el problema de cómo decirlo, cómo persuadir al público.
La norma
El fin pragmático de un ensayo es tratar de convencer al lector de la utilidad, o la falta de utilidad, de alguna norma que el ensayista pone en cuestión. Un ensayo no es una orden en el sentido estricto, pues la orden implica un poder superior y no se pone en tela de juicio: se obedece o no. El ensayo opera por vía de la duda, del convencimiento y de la persuasión. El ensayista, en los mejores casos, plantea una relación democrática con su lector, le habla con el respeto que le merece un igual.
Esta igualdad no deja de ser aparente, desde el momento en que el lector está del lado sordo de la pared. Tener el derecho de escribir en un diario o de hablar en un programa de televisión implica un poder que no todos tienen. Derecho ganado por cualquier vía, no deja de ser una forma de poder cultural o social. Si el lector o el oyente replican, y en las mismas condiciones, se cierra recién el circuito de la comunicación; pero eso sucede en la absoluta minoría de los casos.
De allí la responsabilidad pedagógica del ensayista.
La teoría de las normas parte del principio de que la existencia de la sociedad implica la existencia de un nivel de acuerdo entre sus miembros, para poder subsistir y prosperar. Dentro de una comunidad, la división social del trabajo lleva a la formación de grupos. Pertenecer a un grupo es no pertenecer a otros, y esto da lugar a la discrepancia. Para resolver las discrepancias, tanto como para asegurar la coherencia del grupo, se generan normas de conducta, implícitas y explícitas, y se introducen sanciones.
Los seres humanos utilizamos la comunicación y la persuasión para organizarnos. Debido a la necesidad de comunicación y persuasión la gente desarrolla las conductas pertinentes y comprende la razón de esas conductas. La diferencia está en que mientras la comunicación es generalmente poco consciente, la persuasión siempre lo es. Según Susan Reardon “La persuasión es la actividad de demostrar y de intentar modificar la conducta de por lo menos una persona mediante la interacción simbólica. Es una actividad consciente y se produce (a) cuando se realiza una actividad contra los objetivos de una persona y (b) cuando la fuente y el grado de esa amenaza son suficientemente importantes como para justificar el coste del esfuerzo que entraña la persuasión”.
El Constructivismo, por su parte, nos ha enseñado que los seres humanos interactuamos siguiendo normas, sean propias o prestadas. Cuando a un sujeto le es posible decidir su conducta, preferirá usar sus normas personales por coherencia consigo mismo. Cuando está obligado por el contexto, sea por otras personas u objetivos, es más probable que se guíe por las normas sociales de pertinencia y eficacia. El ensayista escribe porque intenta convencer a otros de la pertinencia de seguir ciertas conductas para asegurar con eficacia la subsistencia del grupo (de la clase, del país, del género, del partido, de la humanidad, etc.).
La existencia de las normas que coaccionan y sancionan al hombre, no lo determinan. Mediante los símbolos de la razón, la emoción o la pasión, es posible promover el cambio de normas. El ensayista por lo común tiene la misión crítica de cuestionar las normas y sugerir unas nuevas. De allí su necesaria lucidez. La crítica planteada se expresa en la tesis del ensayo.
La tesis
Aquello que el ensayista quiere lograr, su propuesta dicha en pocas palabras es lo que comúnmente se llama la tesis. De manera que norma, tesis y propósito persuasivo se implican. La diferencia entre la norma y la tesis consiste en que la norma es social, es imperativa o dogmática. La tesis en cambio es la propuesta personal, individual, crítica, que hace una persona con el fin no de determinar u obligar a otro, sino de motivarlo a pensar en la nueva conveniencia que aporta su idea. La norma es, ya dijimos, imperativa, la tesis es potencial, subjuntiva y sobre todo crítica.
Es responsabilidad del ensayista idear con precisión su tesis antes de abordar la escritura. Una tesis bien planteada cabe en una oración subjuntiva o en una afirmación del tipo Deberíamos suprimir la pena de muerte, o Nuestra identidad cultural parece amenazada. Sin el trabajo previo del pensamiento crítico que nos lleve a esa conclusión, sin una investigación seria y sin un esfuerzo teórico que sustente nuestra tesis no podremos escribir nada que sea convincente.
Cuando un cuentista empieza a redactar su cuento, a veces parte de una intuición, incluso de una frase que le parece significativa, y en el camino va descubriendo a tientas, por así decirlo, lo que quiere contar. El ensayista, en cambio, necesita la tesis y el proyecto, el plan de redacción definido antes de pulsar la primera tecla. Podrá ajustarlos a medida que avanza, pero el resumen de sus ideas y el esquema de su exposición deben ser su punto de partida.
Visto desde el otro lado, si nos colocamos frente a un ensayo en el rol de críticos debemos llegar a extraer de él su tesis, igual, materializada en una oración simple de tipo normativo. El análisis de un ensayo termina cuando lo resumimos en su tesis, antes no.
Conviene para esto precisar el significado de dos palabras afines que se usan a veces como sinónimas en el análisis de textos. Esas palabras son: tema y asunto.
Llamaremos tema al campo general del pensamiento al que se dirige un ensayo; digamos que temas son la Bioética, la Responsabilidad Cívica, el Gobierno Universitario, etc. Dentro del tema hay asuntos más concretos, subtemas o problemas que se concentran en un campo más reducido, propicio para el ensayo; digamos, por ejemplo, los fundamentos neurológicos de la moral, la responsabilidad del Gobierno Regional en el desarrollo de la cultura, la necesidad de una política educativa en nuestra universidad. La tesis, ya sabemos, es la propuesta que tenemos respecto a esos asuntos: las condenas judiciales requieren de informes neurológicos, el GRA debería realizar programas culturales, sería bueno que se discuta el rol de las Humanidades en la región sur del país; por ejemplo.
En un ensayo a veces la tesis está planteada claramente desde las primeras líneas, el escritor la pone en la introducción para demostrarla luego con argumentos; pero a veces la tesis no es evidente, a veces ni siquiera está dicha, solo es sugerida elegantemente por los hechos que nos muestra el ensayista, por lo que nos cuenta como sin motivo alguno. En el primer caso, la tesis es explícita, abierta; en el segundo, implícita, cubierta.
Aunque no es el objeto enseñar el proceso de investigación que llevará a plantear la tesis y a crear el plan de escritura, podemos señalar que ese proceso consiste, grosso modo, en ir cerrando el campo de la investigación: luego de elegir un tema debemos precisar dentro de él un asunto específico, y, después de analizarlo, adoptar frente a los hechos o las ideas, una posición crítica.
Para empezar, no es necesario que la tesis sea un descubrimiento total, una idea genial; muchas veces comenzamos por decir simplezas, pero si tenemos el valor de sostenerlas descubriremos en el debate nuestras limitaciones y las iremos superando. Un ensayo es un acto de valor, de valoración, de responsabilidad, un paso que va desde la reflexión personal hasta el propósito didáctico de influir en nuestros semejantes. Nuestro ámbito de influencia puede crecer, crecerá a medida que perfeccionemos nuestra capacidad de análisis y comprensión de la realidad y nuestra habilidad para escribir y comunicar nuestras ideas. En este proceso se forja un escritor.
Si no empezamos por proponer algo acabaremos por no proponer nada.