Por José Luis Brea
“De esa forma, el fondo de contraste se desplaza. Deja de tenerlo en una Academia que ya no impone ni normaliza (sino con la debilidad de una especie en trance de extinción) para reconocerlo en una estructura que emerge y se asienta con fuerza y fulgor propio en las sociedades del capitalismo de consumo: la industria cultural. Ella sí que ostenta entonces enorme fuerza impositiva, constituyéndose en poderoso dictador de valores y hegemonías en todo el campo de las prácticas culturales. Será por tanto frente a ella que cualquier dialéctica antagonista habrá de recodificarse, abandonando las expectativas espurias de un programa de transgresión —que carece ya de la normación formal e incluso de un código moral fuerte de valores establecidos contra la que ejercerse— para poner en juego una dinámica crítica de cuestionamiento y puesta en evidencia de los mecanismos mediante los que unas u otras prácticas se constituyen en hegemónicas.
La práctica crítica se decide así como fundamentalmente crítica de la industria cultural, y el ejercicio de su resistencia —no ya transgresión— se ejerce principalmente contra las determinaciones de hegemonía que ella decide —y los códigos e intereses a los que da cobertura— negociando entonces su dinámica de negación en relación al tiempo —y también, todo hay que decirlo, en proporción al éxito.
Pasado aquél, o logrado éste, la “recuperación” por la industria acaba siempre por
cumplirse, si bien el ejercicio efectivo de una previa recusación crítica opera como
salvoconducto de admisión requerido. De este modo, la dinámica antagonista característica de la primera vanguardia desemboca en un juego un poco trampeado de tensiones de negación y absorción en el que las propias armas de recusación terminan entregadas en manos del enemigo (según una imagen que gustaba de usar Debord) como testimonios de rendición, trofeos cautivos al disidente recuperado”.
José Luis Brea, “El Tercer Umbral. Estatuto de las prácticas artísticas en la era del Capitalismo Cultural”, (2004)