Por Gabriel Díaz
Lo que hablamos casi todos los que creemos hablar “español” es un dialecto llamado “español andino” que, según los lingüistas, es resultado natural del contacto entre el español original y el quechua.
En la mayoría de áreas campesinas serranas encontramos hablantes quechuas o bilingües. El español-andino se habla en las ciudades alto-andinas. Sin embargo, dada la fuerte migración de las últimas décadas, también suele oírse y hablarse en la costa y en ciudades como Arequipa y Lima. Pero esto solo podemos comprenderlo si damos un vistazo al quechua, la lengua sustrato.
El quechua
El nombre “Qheswa”, lo pusieron los españoles. Ya estaba en circulación a mitades del siglo XVI, como se puede ver en el “Diccionario y Gramática de la Lengua General del Perú” de Domingo de Santo Tomás. El término surgió al parecer cuando los españoles malinterpretaron la palabra indígena para “valle”, en la referencia al “habla del valle”: qheswa simi.
Hablando con propiedad, el nombre del idioma es Runa Simi: “Habla Humana”, pero la costumbre ha olvidado este título y todos decimos hoy “quechua”.
Sin embargo, no hay que olvidar que la auto designación Runa Simi era idiosincrática. Sus hablantes consideraban que el límite entre ellos y el resto de lo existente estaba definido por la capacidad de hablar. El Runa Simi, por lo tanto, tiene un rol fundamental en la organización del mundo material y espiritual para los indígenas; organización que se refleja en la estructura misma del quechua.
En realidad, hay dos variedades de quechua. La división en dos familias dialectales fue establecida por el etnólogo peruano Alfredo Torero, en 1964, y por el americano Gary Parker, en 1963. Según Torero, quedan solo islotes del quechua que él llama “Central”, en los departamentos norteños de Huánuco, Pasco y Junín; mientras que el quechua “Periférico” es el de Ecuador, el sur peruano, los de Bolivia y Argentina.
El quechua, tenía que ser así, ha penetrado profundamente en la estructura del español. En el entretejido de varios siglos entre la cultura occidental traída por los españoles, y la cultura andina de los pueblos oriundos de América, ambas lenguas de origen han acabado por transformarse de maneras que sin duda no son evidentes para nosotros, los hablantes de español-andino y que ya no son lo que fueron hace más de cinco siglos.
Pero un cambio que es menos evidente aún es el que ha producido este cruce de lenguas en nuestro cerebro, en nuestros modos de conocer y comprender el mundo.
Como la mayoría de las lenguas aborígenes de América, el quechua es de tipo aglutinante, con ciertos rasgos de polisintetismo.
La “aglutinación” consiste en que el quechua expresa conceptos y relaciones gramaticales mediante adición de sufijos a los radicales, para formar palabras largas. Cada sufijo le añade al núcleo, o infijo, un concepto más.
En quechua encontramos algunas formas gramaticales parecidas al español, como el diminutivo, el pasivo, el transitivo, o el causal. Pero también encontramos formas que no hay en las lenguas romances europeas.
Por ejemplo, cuando en quechua se añade a una palabra la terminación –naku, se forma el “recíproco”, la acción es mutua. Esta forma no existe en español; implica la reciprocidad, que es tan difícil de entender para nosotros. Así, “los hombres están golpeándose” se dice en quechua con una sola palabra.
Otro rasgo lingüístico peculiar del quechua es el “evidencial”: cuando a una raíz se le añade (-mi) indica que quien habla ha presenciado personalmente lo que está reportando. Cuando la persona que habla no ha asistido personalmente al hecho se usa en quechua la partícula (-si) añadida, que no tiene traducción al español; se la parafrasea por “dicen que”, como en “Dioskansi” o “Dicen que Dios existe”.
Como la cultura andina era oral, era importante validar lo dicho, aquello de lo que personalmente me hago cargo porque lo vi, y diferenciarlo de aquello que digo porque me lo dijeron. Esa distinción lamentablemente se pierde con la cultura occidental, con la escritura; y desaparece casi con los medios de comunicación masiva y la internet.
La mentira, que la había, en la cultura prehispánica era sancionada socialmente.