Sayari Llaqta nuevamente

Por Willard Díaz

En los años 70, finales, y comienzos de los 80 surgieron en Arequipa varios grupos de música popular étnica bajo la inspiración de los grupos chilenos Inti Illimani, Quilapayún, o Yllapu y otros que en América Latina trataron de combinar las raíces de música popular con los nuevos imaginarios de liberación política de los sectores emergentes y marginales de las grandes ciudades. Y lo hicieron con éxito, con buena música, con entereza.

Los arequipeños Pakary, Musoc Illary, Nimbos, Taki Allpa y otros crearon en Arequipa durante una jubilosa temporada un ambiente festivo y esperanzado para cambios que nunca llegaron. Los grupos se disolvieron, migraron, se transformaron, dejando solo el recuerdo de una de las últimas épocas en que los músicos y la vanguardia social coincideron en la propuesta.

Solo Sayari Llaqta (“Levántate Pueblo”) ha pervivido, con casi la totalidad de sus miembros en el extranjero, con imprevistas giras internacionales, unidos por una amistosa lealtad que ya dura décadas. Y vuelve con lo que pueden a Arequipa de cuando en cuando, para reanimarse quizás y para reanimarnos.

El pasado 15 de diciembre en el malogrado Auditorio del “Palacio” Vargas Llosa Sayari Llacta se unió a la Orquesta Sinfónica de Arequipa para ofrecer un programa de lo mejor de su autoría y algunas piezas arequipeñas y sudamericanas que evocaron su trayectoria a partir del proyecto original. Los temas de Ariel Subia, miembro fundador, y de Jorge Lobón, el único del grupo original que estuvo presente, fueron el núcleo del espectáculo. El inicio, una Obertura a cargo de la Orquesta Sinfónica de Arequipa dirigida por Enrique Victoria, con los sorprendentes arreglos de Andrés Aliaga fue de lo mejor de la noche, un fuerte estímulo para atender a lo que vino.

Las interpretaciones del grupo también fueron emotivas; cargadas de esa fuerza que la música con acentos democráticos tiene levantaron los ánimos del público seguidor. Las piezas instrumentales de Subia alcanzaron el nivel artístico más alto, sin duda. Lamentablemente la mala acústica del Palacio creaba espacios desiguales para la escucha, y por momentos la voz de la notable orquesta local casi no se oía, totalmente dominada por Sayari. Con todo, fue una noche memorable.