Por Gabriela Caballero
Es cierto, dormimos para recuperar nuestras energías; pero el sueño también tiene la capacidad de volvernos distintos de quienes somos en verdad, o de quienes creemos ser; permite aflorar nuestra naturaleza más íntima, aquella que se compone de temores, incoherencias, misterios y fantasías.
En casos así, me pregunto qué es lo verdadero: si el hombre que se nos revela en el sueño, o el que actúa durante sus horas de vigilia. ¿Qué sucede realmente mientras dormimos?
Cuando era niña, sufría de sonambulismo. He despertado en medio de la oscuridad trepada en la mesa al escuchar el sonido del televisor quebrándose en el piso. He deambulado por la casa de mis padres murmurando palabras inconexas perturbando el descanso de los demás. Recuerdo que tenía un sueño repetitivo donde una dama gigante venida de otro mundo en busca de su máscara llegaba a la Tierra para acabar con todo lo que había en ella. Llena de angustia (aquella sensación no la he olvidado) iba al dormitorio de mis padres y encendiendo la luz les exigía la máscara para salvar al mundo. Noche tras noche. Hasta que una vez mi madre cansada de tantos desvelos, apenas prendí yo la luz me estampó una bofetada ordenándome regresar a la cama. Al día siguiente por la mañana, sonriendo preguntó si recordaba lo que ocurrido la noche anterior. Por más que puse mi mayor empeño, no pude pero a partir de entonces no volví a tener aquel sueño.
Una noche, pasada las doce, mi niño despertó entre sollozos y me anunció que había soñado con la muerte de nuestra perrita, al día siguiente aquel extraño sueño se cumplió cabalmente y en las mismas circunstancias. Desde entonces, no es usual que él recuerde sus sueños. Aún ahora no sé si se ha obligado a olvidarlos cuando despierta o acaso se resiste a contármelos para evitar que se vuelvan realidad.
Otro caso curioso es el de mi esposo, quien tiene la costumbre de actuar en forma especial apenas se duerme. Me gusta despertarlo cuando sucede esto, entonces podemos conversar un poco de cosas desatinadas, pues la charla es absolutamente incoherente (pienso que en ocasiones necesitamos hablar por el simple hecho de hacerlo, olvidándonos del sentido que las palabras tengan); o verlo ponerse de pie, caminar y actuar confundiendo las horas —quizá para vengarme un poquito porque en muchas ocasiones me he despertado descubriendo que llevaba ya rato respondiéndole preguntas que me hacía mientras yo dormía.
Una noche, plena de amor intenté despertarlo llenando su rostro de besos, él abrió los ojos y contemplándome, se libró inesperadamente de mi abrazo al tiempo que gritaba como un niño caprichoso “¡Fuera!, ¡fuera!”. Ante mis reclamos por su maltrato terminó golpeándose el pecho al estilo Tarzán y simplemente dijo “¡Soy hombre, soy macho!”. Sí, macho, duerme tranquilo —le respondí. Él volvió al sueño (estoy segura que nunca salió de él). Como es natural, al día siguiente no recordó nada. Sí, es así, la línea que divide el sueño y la vigilia es tan delgada que un mundo se confunde con el otro.
Ya lo decía Calderón de la Barca: “La vida es sueño y los sueños…”.