Los primeros años
Su población
Cuando el virrey Franciso Gil de Taboada ordenó el censo de sus súbditos en la década de 1790, la población de Arequipa fue calculada en 23 551 personas; la cifra subía a 37 431 si se incluían las aldeas vecinas. Unos 15 años más tarde, en 1804, el sacerdote Francisco Xavier Echevarría y Morales publicó un estimado de la población mistiana basado en cifras de los informes de las diferentes parroquias de la ciudad; calculó un total de 28 483 habitantes sin incluir las aldeas de los alrededores.
En 1846, el “Calendario y Guía de Forasteros de la república peruana” da una cifra de 38 543 personas para Arequipa. Estos datos estadísticos concuerdan con las observaciones históricas del crecimiento de Arequipa y su consolida-ción como centro financiero y administrativo del sur de los Andes.
Hacia mediados del siglo XVIII, la ciudad había comenzado a sobrepasar su cuadrícula original, es decir el casco antiguo donde se establecieron las primeras poblaciones españolas y criollas. Sobre la base de fragmentos de censos de otras ciudades peruanas se puede calcular un incremento poblacional anual en el Perú de entre 0,6 y 1,3%. Hay razón para suponer que el crecimiento de Arequipa no difirió significativamente del resto del Perú y que la tendencia al crecimiento demográfico en las ciudades era significativamente más rápido en comparación con el campo.
Su anticentralismo
Ya antes de 1780 el imperio español había iniciado un proceso de reformas que buscaba intensificar el centralismo con el fin de mantener su control políti-co y económico de los territorios de ultramar con el ascenso de la dinastía de los Borbones en España y las amenazas al imperio por parte de otras poten-cias europeas que rápidamente expandían su presencia en toda América.
Tras la independencia, el estado republicano prosiguió con esos esfuerzos para no arriesgar un desbarajuste de las estructuras existentes, lo que podría traer la anarquía a la nación recién nacida.
Durante todo este tiempo los arequipeños resistieron a las olas centralistas e intentaron construir su propia esfera de influencia en los Andes del sur: a lo largo del tardío periodo colonial, la élite de Arequipa intentó ganar tanta auto-nomía como fuera posible dentro del sistema político y económico existente, sin irritar o provocar el descontento de la administración española, en especial en cuanto a los derechos mercantiles que gozaba por ser punto importante en las rutas de comunicación entre Lima y los Andes del sur.
Su economía
El motor económico de Arequipa fue desde un comienzo la agricultura. La campiña alrededor de la ciudad era fértil y producía cosechas impresionantes de trigo, maíz, papas y alfalfa. Además, a medida que el centro minero de Po-tosí crecía y el tránsito de la costa al Alto Perú se incrementaba, los arequipe-ños advirtieron su potencial como mercado para el vino y establecieron viñedos a lo largo de los valles costeros cercanos. La producción de vino y aguardiente siguió siendo la base de la economía local durante todo el periodo colonial. Los gamonales españoles usurparon buena parte de las tierras indígenas a lo largo del río Chili.
Los “chacareros” construyeron la ciudad con solares distribuidos según el patrón en cuadrícula de 16 manzanas cuadradas impuesto por los españoles en toda América. Algunos visitantes quedaron impresionados de que los agricultores jamás tuviesen que dejar sus parcelas en barbecho: “Y así existe una continuada primavera en sus terrenos, admirando ver unos frutos maduros, otros en flor, y otros en brote al mismo tiempo”.
Es así como Arequipa consiguió ser desde sus inicios una de las regiones más ricas del Perú, con la producción per cápita más alta, es decir, casi el doble del promedio.