Por Fátima Carrasco
Los viajes han sido fuente de inspiración para los letraheridos de todo tiempo y lugar. Se considera que Ulises es el primer héroe de la llamada literatura de viajes. Salvando las distancias espaciotemporales y estilísticas, desde entonces hasta la serie Lonely Planet, con el inefable Ian Wright, mucho ha cambiado el decorado, el continente, aunque no el contenido.
Un viaje a Italia inspiró a Goethe un libro con el mismo título. Y Bruce Chatwin, escribiendo y recorriendo el orbe en todos los medios de locomoción imaginables, halló su leitmotiv existencial.
Il y Petrov dedicaban sus horas de sueño a escribir la crónica de su periplo estadounidense.
Buena parte de la obra de Shelley fue escrita en Italia, donde se ahogó. Su compadre espiritual a todos los efectos, Lord Byron, dejó testimonio de su viaje mediterráneo con Peregrinación de Childe Harold, su larguísimo diario poético.
El viaje africano de Karen Blixen dejó una impronta en la vida y obra de Isak Dinesen, del mismo modo que el infructuoso viaje de Flora Tristán al país del autor de sus días (igual de interesante resulta su menos conocido y felizmente reditado Paseos por Londres, una crónica del lado oscuro de la capital británica).
Sin retorno fue el viaje de Vallejo y mortal, el de Manuel Scorza. Por azar, necesidad o vocación, las ánimas viajeras dejan constancia escrita de sus recorridos éste inmenso y contaminado valle de lágrimas, sorteando toda blase de obstáculos.
Para Alma Karlin, la escritora de viajes más leída en Europa durante los años 30 y 40 del siglo pasado, las circunstancias de su nacimiento fueron el primer gran obstáculo. Nacida el 12 de octubre de 1889 en Celje, Eslovenia, de un padre jubilado y una madre menopaúsica, aterrizó en éste mundo con el ojo izquierdo semicerrado, piernas asimétricas y heridas y parálisis, de modo que de forma automática se le diagnosticó retraso. Nadie esperaba nada de ella. Craso error: tras las falsas apariencias estaba Alma, que fue capaz de aprender 16 idiomas, entre ellos: danés, sueco, ruso, castellano, italiano, noruego, inglés, alemán, francés, chino, hebreo, persa, árabe, sánscrito e incluso jeroglíficos egipcios.
Tras varias operaciones en las piernas, una de ellas a los trece años, Alma logró caminar y animada por su también extraordinario progenitor, viajó con sus tías por Baviera, Dalmacia, América e Italia. Huelga decir que el modus vivendi de la políglota futura escritora fue la traducción, oficio que desempeñó en la londinense Regent Street.
Pero el ánima viajera de Alma no se desarrolló sólo impulsada por su padre, sino por su particular libro-icono. Todo antropoide sensible tiene un libro que ha marcado de forma definitiva su personalidad, su vocación o su futuro. Los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega, en el caso de Alma. Tras decidir viajar por el orbe, para disgusto de su madre, hija de un notario y con pretensiones más prosaicas, la frágil Alma, adscrita a la Asociación de Teosofía de Londres, fan de Helena Blavatsky, su modelo de mujer, pasó en Noruega la I Guerra Mundial. Creó un diccionario propio de diez idiomas y realizó una vuelta al mundo que duraría ocho años. Equipada con su bagaje cultural tan grande como magro su presupuesto monetario, la solitaria Alma zarpó el 29 de noviembre de 1919 de Trieste, con la idea de llegar a Japón por Génova. Terminaría variando el rumbo hacia Sudamérica y llegó a Mollendo el 5 de abril de 1920. Cabe suponer que la estancia en el país de su autor de cabecera no fue muy grata, ya que a las privaciones del viaje se añadió un malentendido: Alma fue erróneamente confundida con una espía (?!). Sus notas sobre las picanterías arequipeñas muestran lo lejos que estaba de afanes conspiratorios. Tras recorrer el continente, fue a Japón, Corea, Taiwan, Australia, Fidji, Islas Marianas, Molucas, Carolinas, Salomón, Sumatra, Java y Singapur. Toda una odisea para una mujer sola y casi sin recursos, en las antípodas de las extravagantes damas británicas que incursionaban en Asia o África y que podían pagar -o malpagar- a una cuadrilla de porteadores con objetos tan como absurdos y fuera de lugar como vajillas para el té, tinas portátiles, crinolinas y fonolas.
A su regreso dio conferencias y escribió artículos sobre todos los aspectos de las distintas culturas que había visitado, desde los más prosaicos hasta los esotéricos, desde la gastronomía hasta las distintas estructuras sociales, todo con su talante afable y curioso. Entre 1921 y 1937 escribió 22 libros, fueron los 16 años más fructíferos de su vida. Pese a su popularidad y difusión, nunca logró la tranquilidad económica. En 1932 conoció a Thea Schreiber Gammelin, una pintora sueca tan excepcional como ella, quien se mudaría a vivir con ella. En 1941 Alma fue detenida por los nazis y enviada al campo de concentración de Dachau, pero logró escapar y desde Dalmacia se unió a la resistencia, como Thea, con quien vivió años de peligrosa clandestinidad. Nueve años después murió de cáncer en Pecovik. Thea murió en 1988.La extraordinaria y cuantiosa producción literaria de Alma, buena parte de ella inédita, espera aún hoy ser traducida y reditada en al menos parte de todos los idiomas que se tomó la molestia de aprender.