Comentario de Gabriela Caballero Delgado
Detrás de la pileta coronada por aquel duendecillo de la trompeta, aparece la figura del profesor Osorio. Ya no hay palomas en medio de las cuales abrirse paso, únicamente turistas y una quinceañera que posa para las cámaras familiares. El profesor aún no consigue vernos; en cambio, desde hace unos minutos, nosotros observamos su caminar pausado, su figura que se abrillanta con el reflejo solar del agua que cae sobre la fuente. Como no podía ser de otro modo, lleva libros bajo el brazo.
Uno de los ejemplares que Juan Alberto Osorio nos obsequió aquel mediodía en Arequipa fue Linderos difusos, su reciente novela, publicada a finales del año 2023. En ella se articulan múltiples historias organizadas en dos planos espaciales: al interior de la ficción y alrededor de ella. En el primer plano, el narrador cuenta la relectura de una novela breve cuyo hilo conductor es la vida de un profesor, sumido finalmente en el alcoholismo, así como la mirada atenta que vuelve a dirigir sobre este libro uno de sus presentadores, amigo del autor. Este libro interior ensambla fragmentos de la historia del protagonista que, en ocasiones, forman parte de la vida del autor ficticio: la huida de su pueblo, dejando un amor juvenil; sus estudios de educación; los compañeros exguerrilleros que conoce en la universidad; su matrimonio y divorcio; las presentaciones de libros; la degradación alcohólica que lo lleva a convertirse en ayudante de zapatero y en músico del bombo en una banda pueblerina; el cáncer que le detectan… su retorno a casa en las madrugadas, ebrio y nostálgico, preguntándose alguna vez cómo hubiera sido su vida de haberse quedado en el pueblo y contraído matrimonio con la muchacha que allí abandonó.
Son otras las historias que se organizan en el plano exterior: un hombre herido mortalmente se esconde de sus perseguidores, encuentros fortuitos con líderes de partidos perseguidos por la justicia, quema de libros comprometedores, el viaje de pueblo en pueblo de un coordinador político de izquierda que huye al ver descubierto su nombre de lucha… Toda esta atmósfera de persecución, vulnerabilidad y temor (que nos sitúa en el conflicto armado a finales de los años 80 y principios de los 90) se quiebra con la inserción de dos capítulos que atenúan la tensión de los relatos. Uno retrata la interioridad de un pasajero que viaja al lado de una joven mujer, en tanto imagina realidades alternas a partir de un auto policial que los adelanta. Otro, la venta exorbitante de casi mil libros en una noche de presentación que termina convirtiéndose en una fiesta popular con sikuris incluidos e innumerables cajas de cerveza. De advertir que los linderos al interior de la novela son difusos y entremezclan además la ficción con la realidad, quizá se pueda concluir en que todas las historias de este segundo plano espacial no son completamente ajenas al primero, sino que le pertenecen al autor del libro ficticio o al presentador que lo revisa.
Más allá de los temas, el valor de la novela radica en su tratamiento formal y en la arquitectura narrativa: la metaficción, la fragmentación, el discurso digresivo, las voces que van alternándose en las tres personas al interior de los párrafos y el desdoblamiento de los personajes. En uno de los capítulos, se reflexiona sobre el diálogo entre el profesor con alguien que parece interrogarlo intermitentemente; al final, el presentador concluye en que se trata de la voz del protagonista que se pregunta y responde a sí mismo, porque no tiene a nadie más con quien hablar. Tal vez esta soledad sea uno de los elementos unificadores más importantes de toda la novela: aquella que consumió al profesor y alcanzó al autor del libro interior, quien languidecía en una casa inmensa y vacía. La misma soledad que ahora abraza a quien estudia esta novela ficticia y, cuando le llegan noticias sobre la muerte de algún familiar o compañero, se refugia en el patio posterior para contemplar sus flores o escuchar el canto de sus canarios, olvidando de este modo que la soledad nos es inherente y que, como todos, también “nos estamos acabando”.