Por Willard Díaz
UNO
El colectivo nos deja en la entrada del muelle, la gente corre a la cola para subir a las lanchas pero nosotros nos entretenemos viendo la última danza que se presenta delante de la imagen del santo. Es una Diablada con todos sus bailarines y su banda traídos del Collao, “Los Intocables”, que tocan a todo pulmón.
Cuando las chinas hacen los últimos giros y acaban de balancear sus recortadas polleras un sacerdote ordena levantar el anda de San Pedro y los directivos del gremio de pescadores se ubican al frente de la procesión que recorrerá todas las instalaciones del terminal pesquero artesanal de Matarani, antes de embarcarse rumbo a altamar. Entonces corremos también a buscar sitio.
Hay botes de remo que llevan a los visitantes hasta las lanchas que están al final de la poza; veinte, treinta personas, según el tamaño de la lancha, se acomodan para compartir la travesía. Nosotros esperamos subirnos con un poco de suerte en la bolichera principal. Luego de hacerle a lo lejos gestos y ademanes al piloto logramos convencerlo y maniobra para acercar su nave junto al muelle. La primera en saltar sobre la cubierta es mi esposa, en el segundo intento salto yo. Un instante después la bolichera se separa del borde.
Es la “Nelly I”, una bolichera de veinte toneladas piloteada por don Richard Rodríguez, que lleva a su familia y sus amigos; luego suben los músicos y por último el mismísimo San Pedro es pasado a cubierta en andas y acomodado sobre la bodega en medio de las flores, banderitas y globos que adornan a la “Nelly I”. Entonces partimos, primero lentamente, cruzando por el callejón de las embarcaciones hasta salir de la poza. Luego vamos a más velocidad, seguidos por cincuenta de las lanchas chicas en una procesión florida. Desde nuestra nave la banda interpreta una marcha religiosa primero y más tarde unos huaynos alegres que todos acompañan con palmadas. Más allá diviso a la lancha de la Capitanía del puerto que nos sigue vigilante. Frente a nosotros se abre el ancho mar de colores acuosos y brillos plateados, hasta el horizonte.
DOS
Simón Pedro era pescador en Galilea, en el lago Genesaret, donde poseía una embarcación con su hermano Andrés. Hasta que Jesús llegó a su vida: “Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron” (Mateo 4:18-20).
Pedro negó a Jesús tres veces, dice la Biblia, y sin embargo fue el primero de sus discípulos. La iglesia católica lo considera el primer Papa. Murió en Roma, martirizado por Nerón.
Desde hace más de ochenta años los pescadores peruanos han tomado la fiesta religiosa del 29 de junio (estipulada por el Vaticano como el Día de San Pedro y San Pablo, y también el Día del Papa) como el Día del Pescador.
TRES
Llevamos una hora de travesía. Hay un ambiente de fiesta todo alrededor presidido desde su sillón dorado por un San Pedro de piel clara y barba negra. “Los Intocables” siguen con la música. Reconozco de pronto la melodía de “Cerrito de Huaqsapata”. “¿Oyes ese huayno?”, le digo a mi esposa, “desde las orillas del Titicaca hasta las costas del Pacífico ha hecho un largo viaje, ¿no?”. Le pregunto curioso a una señora que está a mi lado si hay pescadores mollendinos y me contesta con lo evidente: “Son de todas partes, serranos, negros, mollendinos, ileños, hasta limeños”. Pero la música es bastante aymara, digo para mí, y entonces recuerdo a Asto, el indio que aparece en la novela de Arguedas, que amarrado con una soga al muelle se pasaba día tras día chapoteando en el agua, aprendiendo a nadar para poder matricularse como pescador en la Capitanía.
Hemos bordeado las islas más lejanas y una hora más tarde nos detenemos para esperar al San Pablo que debe haber salido del otro muelle de Matarani, El Faro, para encontrarse con su vecino en alta mar. Un rato después empiezan a llegar los botes de motor de El Faro, pero San Pablo no aparece. En vano los directivos tratan de llamar por los celulares para conseguir noticias, no hay señal. El piloto se asoma entonces y anuncia con un altoparlante que le han dicho por radio que el santo no va a venir. Hay una pulla de descontento hasta que alguien grita una broma sobre la fiesta de anoche, y todos ríen.
Solo queda arrojar las flores. Desde todas las embarcaciones que nos rodean se lanzan al mar coronas por los pescadores que han muerto en su trabajo, por gratitud de las familias que han visto prosperar sus negocios, por un año más de buena pesca. Debajo del agua, como en un jardín acuoso se ven las “malaguas”, las medusas amarillas y blancas que se mecen como al viento serenas y hermosas. Arriba sobrevuelan en giros las gaviotas y aquí, junto a nosotros, la banda inicia sus compases religiosos para que todos guarden silencio.
Luego iniciamos el regreso.
CUATRO
Arequipa es el departamento que tiene la mayor extensión de costa frente al Pacífico. Los puertos de Matarani, Camaná, Chala y Quilca y las playas de Bombón, La Punta, Corío, La Playuela, Puerto Inca y otras, reciben miles de toneladas de pesca industrial y de consumo humano cada mes.
En los últimos años el cultivo y exportación de algas pardas en Atico y Matarani ha empezado a ser considerable. Hay un rebrote de machas en las pequeñas caletas cercanas a Corío. Y la pesca de mariscos es cada día mayor.
Entre 1996 y 2005, según datos del Instituto del Mar, la cantidad de pescadores se incrementó 80%, el segundo lugar en crecimiento del Perú después de Moquegua; si bien en el mismo lapso la cantidad de embarcaciones arequipeñas creció 214 %, más que ningún otro departamento.
CINCO
Esa noche Domingo Díaz, policía retirado, nuestro vecino en Mollendo, me cuenta la vida de Richard Rodríguez, de su hermano que también era piloto, de las varias empresas que han administrado la pesca de Matarani en los últimos cincuenta años hasta llegar a la más famosa, la “Ocean Fish”. El gremio de los trabajadores todavía se llama “Ex Ocean Fish”; ellos son los que organizan cada año el festival de San Pedro.
Me cuenta sobre pescadores que se cayeron al mar botas y todo y nunca aparecieron, sobre lanchas que se perdieron en las tormentas, sobre fortunas que se ganaron y otras que se perdieron. Después de una hora de anécdotas y nombres y de describirme oficios diversos que promueve la pesquería murmura a manera de conclusión:
—El mar es otro mundo.