Por Percy Prado
(Pequeña habitación en penumbra con una ventana a la calle. De afuera llegan fuertes ruidos de viento. Un hombre y una mujer acostados. La luz de una lámpara ilumina la escena. La otra luz apenas se adivina tras la cortina. Él tiene el cobertor a la altura de la cintura. Está leyendo. La muchacha, del lado más oscuro, recuesta la cabeza en la almohada, aún no duerme, tiene las manos sobre el regazo y mira al techo)
ELI (sin verlo).– ¿Oyes eso? Parecen caballos corriendo… el Apocalipsis.
YON (sin sacar los ojos de su libro).– Es el viento que mueve cosas en los techos.
(Silencio. En la ventana, que está cerca de la mujer, el moribundo brillo del poste de la calle se apaga y vuelve a encenderse en un segundo.)
ELI.– Ese sonido parece de trompeta, la trompeta del arcángel.
YON.– Algún tubo. (Estruendo de metal). Calaminas. (Yon cierra el libro. Mientras lo pone sobre la mesa de noche) Deberías leer la Biblia menos.
ELI.– Y tú, novelas policiales.
(Yon apaga la luz de la lámpara, se acomoda de costado mirándola y se cubre hasta los hombros. Ella gira y por debajo de la frazada busca un buen lugar para su espalda junto al pecho del hombre. Ahora el parpadeo del poste de afuera parece definitivo. Eli piensa en el nombre del cachorrito que, espera, le dé pronto; Yon, en que no tendrán sexo unos días más, hasta que se le pase. La oscuridad confirma los pronósticos para ese periodo: descargas nocturnas y noches frías).
[AGOSTO DE 2013]