“APAGA LA LUZ”

Por Carlos Llavilla Mamani

 Dino Jurado, escritor y poeta nacido en Mollendo en 1958, forma parte del grupo poético Ómnibus de los años 80.

En su cuento “Apaga la luz” incluido en la antología “Cuentos arequipeños”, se presenta una escena doméstica aparentemente apacible: un hombre, Henry, visita a su esposa embarazada durante un fin de semana largo por Semana Santa. Podría ser una historia de reencuentro íntimo, de conexión que se transforma mediante líneas contenidas y observación en una representación compleja del desgaste afectivo, la incomunicación y el poder de la descripción.

“Apaga la luz” es una narración breve que destaca por el uso cuidadoso y expresivo de la descripción, un recurso que, según la teórica Mieke Bal, cumple funciones mucho más complejas que simplemente mostrar cómo es un lugar, un objeto o un personaje. Para Bal, describir es también una forma de narrar, porque permite conocer el mundo emocional del personaje y sus percepciones, incluso sin que este las exprese directamente. En el cuento de Jurado no hay discusiones, reproches ni confesiones explícitas. Lo que permite al lector entender el malestar de Henry, su incomodidad en el hogar y su desconexión emocional es lo que se observa a través de su mirada: los objetos, los movimientos, el entorno.

El viaje y el paisaje:

Desde el inicio, el viaje de Henry nos sitúa en su estado anímico. La descripción del paisaje no solo nos dice por dónde va el ómnibus, sino cómo se siente él: “El sol le daba en un lado de la cara… pero cuando la pista cortaba un cerro parecía como si de golpe se hubieran metido en un túnel.”

Esa transición entre luz y sombra refleja una incertidumbre emocional. Para Mieke Bal las descripciones como esta son motivadas, es decir, tienen una función más allá de mostrar: reflejan el estado interior del personaje.

Otro momento significativo ocurre cuando Henry observa la mano del boletero, donde ve algo extraño: “Parecía más bien una protuberancia de carne o grasa… como una pelota de ping-pong moviéndose bajo la piel.”

Este detalle no influye en la historia, pero provoca incomodidad. Bal lo llamaría una descripción retórica: no avanza la acción, pero intensifica la sensación de extrañeza que acompaña al personaje durante todo el cuento. Es como si el mundo mismo empezara a parecerle grotesco, confuso y ajeno.

El espacio doméstico: entre lo cotidiano y la tensión.

Ya en casa de su esposa, Henry se mueve como un visitante más que como parte del hogar. La casa está bien equipada: tiene una terraza cómoda, muebles nuevos, una cocina funcional, todo parece ordenado. Pero las descripciones revelan otra cosa: Henry no se siente parte de ese espacio.

Uno de los recursos más potentes del cuento es el uso del silencio y de los gestos simples como forma de expresión emocional. Por ejemplo, cuando Henry se queda solo bebiendo vino: “El aburrimiento había llegado como siempre que se emborrachaba en una casa. En aquella casa o en cualquiera otra. Tenía unas ganas enormes de estar en una fiesta.”

Este deseo reprimido, este malestar que crece sin discusión ni conflicto, aparece en detalles: se emborracha, arrastra los sillones, mira el atardecer, y permanece en silencio.

Después de recorrer los espacios de la casa y observar los silencios entre la pareja, las descripciones se centran en los objetos cotidianos, especialmente la comida. Lo que parece una escena simple y doméstica —almorzar juntos— se convierte en una oportunidad para mostrar, a través de pequeños gestos y sabores, el vacío emocional que rodea a Henry. Aquí, cada elemento servido en la mesa se vuelve un símbolo que refleja su estado interior

La comida y los objetos como símbolos de vacío.

La escena del almuerzo es un ejemplo claro del uso simbólico de la descripción. Henry mastica lentamente, analiza los sabores y se fija en los detalles del estofado: “Masticaba lo más lento que podía, muy despacio, preguntándose si al estofado de pollo le faltaba algo de sal, o estaba bien así.”

Incluso el vino tiene una descripción precisa: “Sabía a mezcla de chicha, alcohol y agua. No era un mal sabor. Pero tampoco sabía fino. Al menos no completamente.”

Estas palabras pueden verse como una metáfora de su relación: no es trágica, pero tampoco es plena. Está en una zona gris, sin sabor claro. Bal (2009) diría que la descripción aquí tiene una función ideológica, porque transmite el juicio del personaje sin necesidad de que lo diga abiertamente.

En este marco, el espacio doméstico funciona como un escenario de tensión contenida, la casa de su esposa, con su terraza, su cocina, sus muebles nuevos y su comedor bien dispuesto, no es un lugar hostil; pero tampoco es un hogar para él. Henry se desplaza por los espacios con la incomodidad del visitante, del que no pertenece del todo. Cuando se emborracha en la sala, se recuesta en un sillón de junco y la narración lo describe así: “Con las piernas cruzadas, los brazos colgando a los lados y la cabeza echada hacia atrás, parece haberse muerto. Sólo parecía.” Esa frase —“sólo parecía”— resume el efecto narrativo del cuento: nada se rompe explícitamente, pero todo se ha ido apagando. El espacio se llena de objetos (la jarra vacía, el vaso en el suelo, la televisión encendida), pero está vacío de afecto.

El final: ¿la luz que no ilumina?

El título del cuento cobra sentido en las escenas finales, cuando la esposa pregunta: “¿Prendo la luz?”. Al encender todas las lámparas, la sala se transforma: “Era una maravilla. Aquello parecía un consultorio médico… un lugar completamente aséptico.”

En este caso, la descripción transmite una ironía visual: la luz que debería dar claridad y calidez, en realidad acentúa lo frío, lo muerto, lo solitario. Henry, borracho, duerme en el sillón con el cuerpo colgando como si estuviera muerto. La descripción transforma el lugar en una metáfora de la desconexión total. Mieke Bal diría que esta descripción tiene carga ideológica, pues comunica una crítica implícita al vacío emocional de la pareja.

En Apaga la luz, el poder descriptivo no se limita a crear imágenes, sino que permite al lector acceder a las emociones no dichas, a los silencios que cargan de sentido las acciones rutinarias. La narración se construye, como señala Yue Wang (2022), a partir de “la relación entre silencio y palabra, entre lo inferido por el lector y lo expuesto por el texto” (p. 295). Así, el cuento de Jurado no necesita explicitar el conflicto porque está contenido en los gestos, los objetos y en lo que no se dice. La descripción se vuelve entonces una forma de hablar desde el silencio, en una estructura narrativa que exige la participación activa del lector para llenar esos vacíos con significado.

Finalmente, es importante considerar el valor estético de la prosa de Jurado. La economía del lenguaje, la precisión de las imágenes, el ritmo pausado y la cuidada focalización hacen que ‘Apaga la luz’ sea un relato breve pero de gran intensidad literaria. En un panorama narrativo donde muchas veces se privilegia la espectacularidad o el giro inesperado, este cuento demuestra que también hay poder en la sutileza, en lo implícito, en lo que no se dice. En este sentido, la obra se inscribe en una tradición de narrativa introspectiva que valora el detalle, el silencio y la observación como mecanismos de sentido.

En conclusión, el poder descriptivo en ‘Apaga la luz’ no solo construye los escenarios donde se mueven los personajes, sino que revela el núcleo emocional del relato. La descripción se convierte en una herramienta de interpretación, en una forma de narrar lo no dicho y de conectar con las emociones más profundas del protagonista. El texto de Dino Jurado a través de su sobriedad y su precisión nos recuerda que los grandes conflictos también pueden narrarse en voz baja, y que muchas veces, lo esencial no está en lo que ocurre, sino en cómo se percibe lo que ocurre.

(Escuela de Literatura, UNSA)