Las hormigas y Maturana

Por Carlos Yushimito

A Darwin lo paralizó durante un tiempo descubrir que las hormigas eran criaturas altruistas. ¿No era esa predisposición de la hormiga que se sacrificaba para que otra viviera un escollo severo en la elaboración de su teoría evolutiva, según la cual solo el individuo más apto prospera? Al cabo de mucha reflexión, Darwin entonces debió aceptar que un estudio del individuo no puede desligarse del estudio del grupo. Esa hormiga se mataba para que, no otro individuo, sino el grupo prosperase. Es el principio altruista del sacrificio. Evidentemente, razonó también, un individuo egoísta no morirá y conservará su continuidad genética en su linaje, corroborando así aquel principio de la teoría de selección natural. Pero al cabo de un tiempo, una sociedad poblada por numerosos individuos egoístas se extinguirá al encontrarse con otra sociedad poblada por menos individuos egoístas y más individuos altruistas. Su teoría así resultaba coherente.

Bien habrán notado que de esta observación deriva una aparente verdad sobre la vida política, que se trata de explicar a partir del constante debate respecto del rol que juega el individuo y el rol que juega el gregarismo o el colectivismo en la configuración de ciertas ideologías. Un peruano como yo naturalmente concluye que el Perú prospera plagado de individuos egoístas —no hay más que ver ese concierto perverso que es el laboratorio de las calles limeñas— pero dicha prosperidad sucumbirá tarde o temprano ante sociedades más colaborativas.

El tema es relevante y es bastante complejo en épocas electorales como esta. Así que les dejaré este librito del extraordinario Humberto Maturana, un intelectual brillante, desafortunadamente poco leído fuera de Chile. Planeta reunió aquí en Chile casi toda su obra, y en el volumen que reúne numerosos ensayos suyos, “Transformación en la convivencia”, elabora desde una perspectiva biológica el gran misterio de la convivencia política. El libro me ha generado ciertas discrepancias —como por ejemplo cuando afirma que lo social surge del amor, “la biología del amor”, lo llama. ¿Y el miedo? Naturalmente el lenguaje debió nacer del amor, que es la pulsión detrás de la proximidad que hace posible toda comunicación; pero me pongo a pensar en los milenios de esclavitud egipcia, cuando seguramente los individuos no se reunían por afinidad afectiva sino por estrategia grupal alrededor de un poder organizado… y la idea ya no me convence tanto…—. Y me ha generado, igualmente, muchas adhesiones, como cuando examina la unidad entre lo individual y lo colectivo como un proceso autopoiético.

La autopoiesis afirma que los seres vivos somos siempre una continua producción de nosotros mismos. Incluso estructuralmente, porque las estructuras no son fijas sino mutables. Por eso si nos establecemos en un medio idiota nos idiotizamos inevitablemente. Está probado que el cerebro siempre se modela y reestructura sinápticamente, y que este fenómeno no es solo interno sino exterior, precisamente porque somos criaturas sociales y lo social transforma nuestra individualidad.

Sin querer, ahora que lo pienso, acabo de explicar brevemente por qué he migrado gran parte de mi vida.