Tragedia yanqui

Por Daniel Carpio Pucho

Alberto Hidalgo no fue solo un excelente poeta, escribió algunos cuentos durante su estadía en Argentina. La colección “20 cuentos arequipeños” publicó en 2016 uno de los mejores: “Tragedia yanqui”. Desarrollo aspectos de su estructura narrativa como apoyo a la lectura del cuento.

 

Estructura temporal

La estructura temporal de “Tragedia yanqui” es predominantemente lineal y cronológica, aunque incluye leves recursos retrospectivos que enriquecen la caracterización del protagonista. Desde el inicio se observa una progresión temporal clara que comienza con la rutina del personaje en su antigua casa y culmina en su trágico desenlace. El uso del tiempo permite seguir la evolución de su obsesión con los ascensores desde una práctica reiterativa hasta una concepción simbólica y filosófica que termina en su muerte.

El cuento omite referencias temporales explícitas, como fechas o estaciones del año, lo cual contribuye a crear una atmósfera atemporal o universal, típica del relato simbólico y existencialista. La percepción del tiempo está condicionada por la mente del protagonista: el tiempo no avanza con eventos externos, sino con su transformación interna y progresiva en relación con los ascensores.

El esquema narrativo de este cuento responde a una estructura clásica de introducción, desarrollo, clímax y desenlace, aunque inserta elementos propios del relato moderno y simbólico. En la introducción se presenta al personaje en una rutina obsesiva: subir y bajar constantemente en ascensores (“La noche le sorprendía subiendo y bajando siempre en los ascensores. De uno pasaba a otro.”). Esta actividad se muestra como una práctica aparentemente trivial, pero que desde el inicio se intuye como significativa. Se perfila una personalidad excéntrica, que encuentra placer en lo mecánico y repetitivo.

En el nudo, el protagonista toma decisiones que intensifican su obsesión: se muda a un rascacielos, negocia con dinero su nuevo piso y busca ascensores sin operador. Esta etapa muestra cómo su fijación con el ascensor trasciende lo práctico para adquirir un matiz casi existencial. El lector advierte que el ascensor ya no es un medio, sino un fin en sí mismo, y cómo el personaje comienza a dotarlo de un valor simbólico, comparándolo con la vida misma, sus altibajos y su lógica inestable.

El clímax ocurre cuando intenta involucrar a un niño para interferir el funcionamiento del ascensor. Este hecho marca un punto de quiebre: el personaje ya no se conforma con su ritual, sino que desea desafiar las leyes mecánicas. Finalmente, el desenlace llega con su muerte accidental, que encierra un giro trágico e irónico, pues es asesinado por aquello que adoraba. Esta estructura narrativa permite al autor construir una fábula moderna que reflexiona, con tono absurdo, sobre el sentido (o sinsentido) de la existencia humana en la vida urbana y automatizada.

Espacio narrativo

El espacio narrativo en este cuento es clave para comprender tanto el desarrollo de la trama como la evolución psicológica del personaje. Hay dos espacios principales: la casa original, de un solo piso, y el rascacielos al que se mudó. Ambos escenarios se contraponen: la casa inicial representa la comodidad, estabilidad y afecto; es un lugar íntimo, casi humanizado, que “se alegra” cuando el protagonista llega. Es un espacio conocido, donde todo está en su sitio, pero que carece de lo que el personaje considera esencial: el ascensor.

En contraste, el rascacielos simboliza la modernidad, el ascenso social y la alienación. Allí, el personaje se siente realizado porque puede subir y bajar interminablemente. Este segundo espacio no es acogedor sino mecánico y funcional; permite materializar su obsesión al convertirse en escenario de su aislamiento. Aquí, el ascensor deja de ser solo un medio de transporte vertical para convertirse en el espacio central de la narración, casi un personaje más.

El ascensor mismo es un espacio cerrado, móvil y repetitivo, que representa un no-lugar. No tiene destino ni meta, solo movimiento. Esta condición refuerza la idea de que el personaje está atrapado en un ciclo sin progreso real. Finalmente, el espacio del accidente, en las escaleras, aparece como un lugar liminal donde la mecánica se impone sobre el cuerpo humano. Así, el cuento utiliza el espacio como reflejo de la mente del personaje: primero humano, luego despersonalizado, hasta convertirse en un laberinto de obsesiones donde lo real y lo simbólico colisionan.

Voz narrativa

El Narrador del cuento es una tercera persona omnisciente, con conocimiento profundo de los pensamientos, emociones y razonamientos del protagonista. Este tipo de narrador permite construir un relato subjetivo desde una perspectiva externa, generando una doble lectura: por un lado, comprendemos las motivaciones internas del personaje; por otro, percibimos su alejamiento progresivo de la realidad.

El narrador no se limita a describir hechos sino que introduce comentarios irónicos y reflexivos que invitan al lector a cuestionar el comportamiento del protagonista. Por ejemplo, cuando se narra cómo el personaje justifica su cambio de vivienda o su conversación con el niño diariero la voz narrativa oscila entre la complicidad crítica y el distanciamiento moral. Esta ambigüedad en la enunciación es fundamental para que el cuento mantenga su tono de sátira existencial.

La elección de una voz externa, en lugar de una primera persona, permite al lector conservar cierta distancia crítica. Si el personaje hubiera narrado su propia historia, el discurso habría quedado encerrado en su delirio. En cambio, al contar desde fuera el texto puede denunciar el absurdo sin justificarlo plenamente. La voz omnisciente, además, se vale de un lenguaje preciso, con metáforas y símbolos, para acompañar la progresión de la trama hacia un desenlace trágico. Así, la narración adquiere una cualidad casi parabólica, como una fábula moderna sobre el sinsentido de la existencia mecánica.

Ambientación

La ambientación del cuento sitúa la historia en un entorno urbano, moderno y tecnificado, propio de una gran ciudad (Yanqui) de mediados del siglo XX, aunque no se menciona un lugar específico. El uso de ascensores, rascacielos, edificios con múltiples pisos y la interacción con porteros y ascensoristas apuntan a una sociedad verticalizada, tanto en términos arquitectónicos como sociales. Esta ambientación refuerza la crítica a la deshumanización que produce la vida moderna: “Usaba, pues, el ascensor cada minuto. ¿Cómo lo usaba? Con una conciencia inaudita. Cuando subía, iba pensando en que subía; cuando bajaba, iba pensando en que bajaba.”

La ciudad funciona como una escenografía indiferente, en la cual los personajes son funcionales al sistema, y los edificios se convierten en símbolos del progreso sin alma. La ausencia de naturaleza o relaciones humanas significativas hace que el entorno sea frío, mecánico y alienante. Solo la antigua casa del protagonista parece tener vida y afecto, mientras que el rascacielos representa una sociedad que se mueve sin detenerse a pensar.

La ambientación también tiene un papel en la atmósfera emocional del cuento. Al principio, todo es ligero, casi humorístico; sin embargo, conforme avanza el relato, el ambiente se vuelve más sombrío, cargado de tensión y extrañeza. Esto culmina en el espacio cerrado del ascensor, que pasa de ser lugar de disfrute a ser instrumento de muerte. En suma, la ambientación contribuye a generar un clima kafkiano y absurdo, el individuo queda atrapado en un entorno que él mismo ha elegido pero que termina por destruirlo.

Caracterización

El protagonista del cuento es un personaje anónimo, sin nombre ni referencias claras a su edad o procedencia, lo que le confiere un carácter universal. No obstante, a través de su conducta, lenguaje y entorno, puede deducirse que es un hombre de clase media o alta, económicamente estable, posiblemente soltero, con tiempo libre y un marcado aislamiento emocional. Su obsesión con los ascensores no es simplemente una rareza, sino un síntoma de una alienación profunda con respecto a la vida cotidiana y las relaciones humanas.

Su caracterización se va desarrollando gradualmente desde lo excéntrico hasta lo patológico. Al inicio parece un sujeto caprichoso con un hábito peculiar; sin embargo, a medida que avanza la narración, su conducta revela rasgos de obsesión, manipulación y egocentrismo. Se muestra dispuesto a pagar grandes sumas de dinero para cambiar de vivienda solo por el placer de usar más ascensores, e incluso intenta involucrar a un niño en una acción peligrosa, lo que indica una desconexión con la empatía y la moral social.

Psicológicamente, el personaje encarna una crítica a la vida moderna y despersonalizada, donde el hombre busca sentido en lo mecánico y olvida los vínculos afectivos. Es un símbolo del individuo contemporáneo que, atrapado en rutinas vacías, intenta encontrar profundidad en objetos sin alma. El hecho de que muera decapitado por el propio ascensor enfatiza su tragedia existencial: fue destruido por aquello que idolatraba. Su caracterización compleja permite al autor construir un retrato profundo del sujeto moderno alienado, con resonancias filosóficas y sociales.

Simbología

“Tragedia yanqui” es un cuento rico en símbolos, que funcionan como claves interpretativas del conflicto central y de la crítica social que subyace en la narración. El ascensor es el símbolo principal: representa la vida con sus altibajos, su automatismo, su incapacidad para detenerse, así como la monotonía del existir moderno. Pero también simboliza el ciclo vital y el deseo del hombre por controlar su destino a través de una rutina predecible y mecánica.

La altura a la que se muda el personaje (piso 45) no es casual: alude a un ascenso no solo físico, sino también aspiracional, espiritual o filosófico. Subir más alto simboliza la búsqueda de sentido o trascendencia; sin embargo, en este caso, esa búsqueda termina siendo vacía y autodestructiva. El uso del término “vaselina” como metáfora del dinero señala cómo todo se suaviza o se consigue con corrupción o soborno, apuntando a una crítica al sistema social y a las relaciones humanas mediadas por el interés económico.

El dedo que el protagonista intenta introducir en la puerta del ascensor es un símbolo del deseo de intervenir en la mecánica de la vida, de forzar el destino, lo cual inevitablemente acarrea consecuencias (“El ascensor, continuando impasible, lo decapitó, como el cuchillo de una guillotina”). Finalmente, su decapitación tiene una carga simbólica potente: la separación de la cabeza del cuerpo representa la ruptura entre la razón y la acción, entre el pensamiento obsesivo y la realidad inevitable. En conjunto, estos símbolos configuran una parábola trágica sobre la condición humana en la modernidad.