Internet en la Educación. Usos y abusos

Por Miguel Ángel Huamán

Atravesamos un periodo de confusión inducido por la automatización y la rapidez de la revolución informática y digital. Asumimos como natural el auxilio de los dispositivos electrónicos cada vez más eficientes que creemos nos facilitan y benefician en nuestras labores, prácticas e interacciones. Sin darnos cuenta de que los usos prioritarios que damos a la tecnología multimedia nos generan globalmente más perjuicios y daños que beneficios.

No es esa la intención de los aparatos, sino consecuencia del mal uso que les damos enceguecidos por el consumo y la publicidad. El instrumento no define el uso: la rueda no propone atropellos ni colisiones. El exceso de velocidad y el no respetar las normas de tránsito son responsables de los accidentes. Obviar esta verdad de sentido común implica el absurdo de culpabilizar al primer cuchillo o a la pistola de la larga historia que llevó a que se incrustaran en la humanidad de los adversarios o de las víctimas en las masacres y las balaceras.

La tecnología no es mala en sí misma (per se), lo es la manera como los seres humanos la empleamos.

Las Inteligencias Artificiales (IA) no son malas ni buenas, negativas ni positivas, somos los seres humanos que las empleamos los responsables de sus efectos y consecuencias. El ser inconscientes de los efectos cotidianos de sus usos no exonera nuestra responsabilidad ni evita las graves consecuencias de su aplicación errada. En el terreno de la educación en todos sus niveles se puede constatar de manera transparente la equivocada difusión de lo informático en clara muestra de sus consecuencias nefasta y dañinas.

Como ha advertido Paul Virilio (1998), cada innovación técnica crea sus particulares accidentes y problemas: la electricidad el apagón, la computadora la caída del sistema, el internet la sobreinformación, en la que el exceso de datos o referencias deviene tan ineficaz como el escaso o nulo acceso. “Ante la imposibilidad de discernir entre tantas opciones, se apela a recursos binarios, que reducen la poca reflexión a las dos variantes de la corriente eléctrica: + (positivo) o – (negativo), el respaldo o la repulsa”.

Han Byung-Chul, en “La sociedad del cansancio” (2010), advierte que la auténtica transmisión del sentido es lenta y, por tanto, representa “un obstáculo para los círculos acelerados de la información y la comunicación. Así, la transparencia va unida a un vacío de sentido. La masa de la información y la comunicación brota del horror al vacío”.

Por otro lado, las neurociencias confirman esta aseveración. En “El error de Descartes”(1996), Antonio Damasio señala que, de acuerdo con las más recientes investigaciones del cerebro, el ser humano no resuelve las disyuntivas con un impulso racional («pienso, luego existo») sino emocional («siento, luego existo»). De ahí el título de su libro. La mente responde a un arrebato afectivo que segundos después racionaliza: sólo somos lúcidos a posteriori.

En consecuencia, no es de extrañar que la mayoría de las reacciones en red sean impulsivas. Las alertas que recibimos en los celulares se aprovechan de una doble debilidad: somos emotivos y respondemos de inmediato. Seducirnos e irritarnos es sencillo. Ningún filósofo contemporáneo influye más que un algoritmo. Los celulares y aparatos electrónicos son, como definen varios autores, los vampiros dentro de casa que nos extraen la sangre vital de nuestra existencia y nos convierten en espectros al servicio del dinero y la ganancia.

Juan Villoro en “No soy un robot: la lectura y la sociedad digital” (2024) afirma lo siguiente: “En la sociedad del espectáculo pocas cosas son tan importantes como ser visible. Los reality shows, las selfies, la pornografía amateur, las novelas de autoficción y las redes sociales otorgan rango público a la intimidad. Subimos fotos a Instagram y Facebook para acreditar que existimos. Al hacerlo, seguimos la lógica de los documentos que sirven para identificarnos: lo importante no es que la foto se parezca a nosotros, sino nosotros a la foto. La identidad es un fenómeno externo”. Esta lúcida observación nos permite focalizar nuestro punto de crítica: no podemos para vestir un santo, desvestir al otro. Es decir, si efectivamente usamos coherente y sabiamente las ventajas que nos ofrece la tecnología digital e internet, no debemos abandonar y mucho menos olvidar el valor y la importancia decisiva que posee el libro, la lectura y el diálogo interpersonal.

Con otras palabras, en todos los niveles del sistema educativo se debe emplear como técnica fundamental la lectura crítica de libros, artículos, tesis y ensayos impresos que son fundamentales para el logro de la competencia esencial del pensamiento crítico. A partir de su adquisición y aprendizaje debemos incluir progresivamente los recursos digitales y textos informáticos que recién posteriormente podremos manipular con sapiencia y solvencia para nuestro beneficio cognitivo y comunitario, no al revés.

Abandonar la cultura y la práctica de la lectura y el libro para concentrarnos en los medios audiovisuales, informáticos y demás elementos multimedia constituye no solo un error, sino la muestra del desquiciamiento colectivo en el que estamos incursos. Es como ir en auto, subterráneo o taxi sin conductor desnudos, sin nada encima y, además, totalmente indiferentes a nuestra desnudez y las consecuencias que nos acarreará. No permitamos que el vampiro que tenemos en casa nos convierta en espectros integrantes de su cofradía post humana. Estamos todavía a tiempo de impedir que el planeta se convierta en el reino del averno.

La idea de sustituir al maestro por un chatgpt o de difundir el empleo intensivo de la IA para lograr un gran impulso en la educación de los jóvenes deviene tan absurda como proponer que los niños no aprendan a caminar ni hacer ejercicios porque en el futuro los androides o robot los trasladarán a donde deseen ir.

La tecnología no puede establecer su empleo, solo a partir de una conciencia crítica y una formación humana lograremos optimizar la aplicación de cualquier avance científico y su incidencia en la vida cotidiana.

Como siempre la literatura ha anticipado el peligro para la humanidad si nos convertimos en esclavos de los aparatos en las novelas escritas a inicios del pasado siglo:  Jack London (“El botín de hierro”, 1908), Adous Huxley (“Un mundo feliz”, 1932) George Orwell (“1984”, 1949). La tendencia dominante en el mundo hacia un absolutismo tecnocrático explica por qué se ha eliminado en el sistema educativo los cursos de literatura y letras. Es tiempo de conversar, discutir y proponer alguna alternativa.