Vidas extrañas

Por Fátima Carrasco

Isabelle Eberhardt nació en Ginebra en 1877, aunque por libre elección su trayectoria vital y literaria discurrió en otras latitudes.

Fue hija de Nathalie E. de Moerder, casada con un general ruso a quien abandonó por el preceptor de sus hijos, un ex sacerdote ortodoxo reconvertido en ácrata. Otra teoría atribuye a Rimbaud, nada menos, la paternidad de Isabelle, quien, en todo caso, compartió con él cierto parecido físico y querencia por el norte de África, los bajos fondos en general y la vida disoluta en particular.

Isabelle estuvo muy unida a su hermano Agustín, quien se fue como legionario a esa zona. Isabelle y su madre se instalaron en 1897 en Bona, donde adoptaron la religión musulmana -aunque a todos los efectos, jamás la practicaron-. Tras la muerte de su madre y de su dilecto hermano, la futura escritora hizo su primera incursión en el Sáhara. Un año después se iría a vivir con Slimene Ehni, un nativo suboficial del cuerpo de espahís. Como todo en Isabelle, no fue una unión convencional: ella siempre ostentó el poder y los pantalones, literalmente, ya que vestida de hombre podía moverse cómodamente en los círculos locales. Tras ser agredida y expulsada, viajó a Marsella, donde se casó en 1901 con Slimene. Así, con nacionalidad francesa, pudo volver a Argelia, donde publicó sus crónicas y relatos con seudónimos diversos: Nadia, Nicolás Podolinski, Mariam o Mahmud Saadi.

En setiembre de 1903 fue enviada como reportera a la zona del conflicto entre su arenoso país de residencia y el vecino. Podría decirse que su salud no era precisamente buena. Tenía paludismo, malaria, sífilis y de remate, como su esposo, tuberculosis. Aunque no fue semejante cuadro clínico el que acabó con ella: en una modesta vivienda donde se reponía, murió el 21 de octubre de 1904 junto a la treintena de víctimas, como ella, del huayco tras el desbordamiento del río Sefra.

En tan breve y atrabiliaria existencia tuvo tiempo de escribir una decena de libros: relatos, crónicas, novelas. Pero nada se sabría de ellos si no fuese por sus amigos y benefactores. El manuscrito inconcluso de “Vagabundo” fue rescatado del barro por el general Lyautey, protector y fan suyo. Lo publicó Víctor Barricaud, amigo y editor del semanario local literario y político en el que ella colaboraba. Una ironía, teniendo en cuenta que Isabelle consideraba al futuro salvador de su opus como “Un diletante del pensamiento y sobre todo, de las sensaciones, un nihilista moral”. Barricaud fue no sólo su patrocinador, sino su principal defensor cuando fue expulsada. Se le critica que como editor se extralimitase en corregir y/o aumentar los textos de la difunta.

En 1923 el escritor René Louis Doyon accedió a otros manuscritos salvados del huayco y publicó “Mes journaliers, diarios y Contes et paysages”, censurado por los nazis hasta 1944.

Isabelle, que había debutado en la Nouvelle Revue Moderne, confesaba: “…en mí, la ambición por “hacerme un nombre y una posición” con mi pluma (en lo que no tengo ninguna confianza, por otra parte, y no espero ni siquiera alcanzar) está en segundo plano. Escribo porque me gusta el proceso literario”.

Con la única excepción de su madre, a quien llamaba “el espíritu blanco”, no tenía buen concepto del género femenino, al que calificaba de despreciable. En “Vagabundo”, el personaje femenino, Vera Gouriewa, es, sin embargo, un compendio de cualidades físicas, morales e intelectuales. Es la partenaire del protagonista, Dimitri Orschanow, alter ego de Isabelle y de Agustín, un estudiante inmerso en el desasosiego y en la Siennaya, el barrio lumpen ruso, “la viva imagen de degradación y decadencia de todo un pueblo”.

Allí discurren sus cuitas, antes de abandonarlo todo: “Para evitar explicaciones dolorosas, nunca hablaba del futuro”. La novela es una variante de anteriores obras: “A la deriva”, “El anarquista”, “Legionario”.

Gran parte de su obra, crítica con el colonialismo, discurre en el norte de África, con personajes masculinos y femeninos inevitablemente atormentados, con la diferencia de que ellas, además, son outsiders por su condición de prostitutas. Un buen ejemplo es “País de arena”, libro en el que figura El médico militar “La primera sensación de Jacques, desgarradora hasta la angustia, fue la de estar encarcelado en toda aquella arena”.

Su último cuento, “El paraíso de las aguas”, escrito en junio de 1904, poco antes de morir, resultó premonitorio: el protagonista es un vagabundo en sus últimos momentos: antes de pasar a la tierra del silencio, tiene alucinaciones en las que siente que flota en una acequia: “estar solo es ser libre, y la libertad es la única felicidad accesible al vagabundo”.

También premonitoria resulta esta reflexión de la autora: “Sólo hay una cosa que pueda ayudarme a pasar los pocos años de vida terrestre que me han sido destinados: el trabajo literario, ésa vida ficticia que tiene el encanto y la enorme ventaja de dejar el campo casi enteramente libre a nuestra voluntad, que nos permite exteriorizarnos sin sufrir los contactos dolorosos del exterior”.

En 1980 se publicó su obra completa. En 1992 se filmó el biopic sobre su vida.