A propósito de Juan Manuel Guillén Benavides
(“El propósito que lo guiaba no era imposible” / Jorge Luis Borges, “Las ruinas circulares”)
La vida universitaria es una de las etapas más intensas que puede experimentar un ser humano, más aún cuando uno ingresa a ese mundo del saber en una etapa crucial de su propia existencia: el paso de la adolescencia a la juventud. Probablemente, muchos estudiantes llegan a la universidad con estructuras mentales ya establecidas; sin embargo, en la mayoría de casos son mentes abiertas dispuestas a absorber las buenas ideas que se cultivan dentro y fuera de las aulas, no de una manera pasiva sino con un espíritu crítico. En ese proceso de aprendizaje, no solo los maestros cumplen una labor fundamental, también lo hacen quienes asumen el reto de guiar a las instituciones hacia su pleno desarrollo. En el caso de las universidades, principalmente, es el rector quien dirige el centro de generación de conocimientos más importantes de una sociedad.
Tuve la fortuna de empezar a formar parte de la Universidad Nacional de San Agustín precisamente cuando esta entraba en un periodo de crecimiento sin precedentes. Eran los últimos años de la década del ochenta. Mientras el país estaba sumido en la desesperanza total debido a la crisis política, social y económica; en la UNSA se vivía una experiencia distinta. Desde el antiguo pabellón de sillar de mi Facultad de Filosofía y Humanidades observaba cómo se erigía una nueva ciudad universitaria: pabellones modernos para las distintas Facultades, bibliotecas con diseños creativos, jardines hermosos que hacían agradable desplazarse de un lugar a otro, un colosal estadio construido gracias al apoyo de toda la comunidad, etc. Se estaba dando las condiciones materiales para que sobre todo ahí los estudiantes cultiven su mente, cuerpo y espíritu, y desarrollen así sus potencialidades. No se puede desligar de ese gran momento a una figura central que lideró con mucha inteligencia, sensibilidad e imaginación todo ese proceso de transformación: el doctor Juan Manuel Guillén Benavides, el rector que gestó las ideas para que se dieran esos cambios. Su filosofía propició que naciera un sentimiento verdaderamente agustino.
Escribo en retrospectiva de esos años cuando la UNSA se perfilaba para convertirse en “La mejor Universidad del país”. Más que orgullo sentía plena identificación con lo que mi Alma Mater aspiraba a ser. Si bien ya existía una larga tradición de destacados personajes provenientes de las ciencias y las humanidades que habían egresado de ella y que sin duda lograron trascender las fronteras; quedaba el reto de formar una nueva generación que haga posible ese sueño agustino acorde a los nuevos tiempos con el fin de servir a la sociedad. Desde una visión humanista se diseñó entonces una política universitaria basada en tres valores: la verdad, la justicia y la belleza. La búsqueda de la verdad conducía a la obtención del conocimiento científico, tecnológico y filosófico; la búsqueda de la justicia, a luchar por una sociedad superior; y la búsqueda de la belleza, al desarrollo y disfrute de las capacidades estéticas. Se plantearon tareas que concernían directamente a los tres estamentos universitarios para que desde las distintas instancias se promovieran los cambios fundamentales, sobre todo en el ámbito académico. No era la labor de una sola persona, era el compromiso de cada uno de los integrantes de la casa agustina; sin embargo, no todos lo cumplieron.
Muchas veces a lo largo de los años me he preguntado cuál fue el motor que movió toda esa maquinaria creativa de esa edad dorada de la universidad. Con el tiempo mi respuesta se reafirma con convicción: la cultura. En su doble periodo rectoral, el Dr. Guillén promovió la cultura en sus máximos niveles. No solo con la puesta en valor de espacios culturales que forman parte del centro histórico de Arequipa y, por ende, del Patrimonio Cultural de la Humanidad, sino también por la creatividad que ahí se desarrolló a través de las actividades culturales dirigidas a toda la población arequipeña. La literatura, el arte y la filosofía tuvieron una gran proyección social, cumpliendo así una de las funciones principales de la universidad.
El proyecto cultural del Dr. Guillén era humanista y fue uno de los pilares fundamentales de su gestión en el rectorado. Su profesión de filósofo le ayudó a comprender bien el sentido de las Humanidades. Este, como bien lo ha expresado la pensadora norteamericana Martha Nussbaum, se basa en tres ingredientes fundamentales: la capacidad socrática de autoexamen y generación de pensamiento crítico, la capacidad de pensar universalmente sobre los problemas del mundo, y la capacidad de imaginar al mundo a través de los ojos de los otros. El arte, la filosofía y la literatura reúnen esas tres capacidades y por ello se constituye un imperativo hacer que la mayoría de personas tengan acceso a ese universo humanístico para el desarrollo de sus propias potencialidades.
Por mi propio interés académico he visitado destacadas universidades en varios países del mundo. Hay dos que me han impactado sobremanera: la Universidad de Cornell (EEUU) y la Universidad Nacional Autónoma de México. Las diferencias entre ambas son menores en relación a sus similitudes. Lo que las hermana es el rol central que han dado a la cultura. En el caso de la primera, basta mencionar el Museo de Arte que posee en el mismo campus universitario y que alberga valiosas obras provenientes de todas las culturas del mundo, además de la belleza arquitectónica y natural que lo rodea, quizá por eso muchos Premios Nobel eligieron esta universidad para realizar sus investigaciones. Por su parte, una universidad latinoamericana como la UNAM resulta emblemática porque es un ejemplo de cómo una universidad nacional puede llegar a convertirse en el eje central de una sociedad; al punto que su propio campus haya sido declarado como Patrimonio Mundial por la UNESCO el año 2007. No solo sus variados museos han hecho posible ello sino también la identificación que los propios artistas han sentido con ella. Prueba de ello son los inmensos murales de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, que se exhiben abiertamente en distintos edificios de la ciudad universitaria.
Desconozco si el Dr. Guillén visitó esos espacios académico-culturales, desconozco si viajó lejos para luego imaginarlos en su propia universidad, o quizá lo hizo desde su despacho rectoral viendo las alturas del Misti o leyendo sus libros einstenianos; lo cierto es que su gestión puso las bases para construir un nuevo modelo de universidad y lo hizo por el inmenso amor que siente por esta institución y por Arequipa. Imaginó una universidad al igual que lo hizo el protagonista del cuento de J.L. Borges que he citado en el epígrafe. Esa universidad, que es un sueño compartido por miles de agustinos, no es imposible de cumplir a pesar de las fuertes adversidades. Tal vez uno de los primeros pasos sea ahora recuperar los tres valores que son el cimiento de la universidad agustina: la verdad, la justicia y la belleza. Un rol importante en esa tarea la deben cumplir las Humanidades, porque estas, sin duda, nos hacen mejores personas.