
Me acuerdo de aquel lunes de 1990, era mi época de estudiante universitario, yo cursaba el tercer año. Subí al autobús para ir a clases. En el parlante del vehículo entre bromas y comentarios escuchábamos música de “Soda Stereo”. Recuerdo que hacía calor.
Encontré a mis amigos hablando de lo que habían hecho el fin de semana, mis compañeras terminaban de maquillarse, otros recién concluían sus tareas de clase, por ahí algunos comentaban sus problemas en casa o en el trabajo. En fin, parecía un día común.
Como era habitual me dirigí hacia el asiento de la última fila, mi lugar favorito; se ve todo alrededor, los amigos están cerca y eres el último en participar o pasar al pizarrón; era un lugar codiciado por todos, de modo que había que llegar temprano para adueñarse de él. Saludé a mis amigos, y me senté; mientras comentábamos del amor, de “sacadas de vuelta” y las discusiones entre pandillas, los compañeros “raros“ hablaban de política: “No a la suba de las pensiones“, “Sendero es el camino”.
Pero ese día nuestra conversación se prolongó más de lo habitual, no entendíamos qué sucedía, nuestro profesor no llegaba. Salimos, y lo mismo sucedía en las otras aulas. Seguimos esperando el siguiente turno, tampoco vino el profesor. Algunos decidieron irse, otros fuimos averiguar qué pasaba pero nadie nos daba una razón.
Hasta que después de unas horas nos comunicaron que habían suspendido las clases. Salimos en grupo.
Fue entonces que notamos que la gente a nuestro alrededor caminaba silenciosa, triste y meditabunda; por allí se formaban algunos grupos de seres cabizbajos y acongojados. Al llegar al paradero encontré los autobuses estacionados, ni el cobrador hacia el intento de llamar a la gente; todo estaba en una extraña calma. Abordé el vehículo que me llevaba a casa y el cobrador me indicó que el pasaje estaba 5,000 intis, es decir 500 veces más de lo que había pagado hace solo tres horas al venir. Bajé del autobús y comencé a caminar como el resto de la gente, callado, pensando qué es lo que le ha pasado a mi país, qué va a suceder con mi familia, si podría continuar mis estudios; porque a medida que oía más comentarios en la radio o la televisión no podía creerlo. Era uno de esos días que te marcan para siempre, como si se hubiera producido una gran desgracia personal. Era el “Primer Paquetazo Económico”, el imborrable Fujishock.
A partir de ese día mi forma de ver la vida fue diferente, se transformó en una lucha constante por lograr rápidamente mis objetivos. Recién me empezó a preocupar el futuro: ¿tendré trabajo?
Desde entonces han sucedido muchas cosas en nuestro país, algunas mucho más escandalosas, y de repente me veo participando en ¿política? Se escuchan tantas mentiras, promesas incumplidas en la voz de “representantes del pueblo” que solo buscan aprovecharse y servirse de ella. Poco les interesa lo que pase a los demás. Y todavía seguimos siendo crédulos y nos aferramos a esperanzas falsas que sabemos nunca llegaran.
Lo que ocurrió después fue una secuela de autoritarismo y corrupción a niveles impensables: No hubo más estabilidad laboral, las instituciones se pervirtieron, abundó el cinismo y la total falta de vergüenza pública, todos se volvieron clientes en lugar de personas y lo que te hacia ciudadano no era ser peruano sino ser del partido político gobernante. La vida cambió totalmente.