El narrador Dino Jurado vuelve al barrio
El escritor Dino Jurado volvió a Perú por motivos familiares, inesperadamente, hace un par de semanas. Aprovechó la ocasión para reunirse con sus viejos amigos de los años formativos, los setenta y ochenta: Chanove, Ramos, Almuelle y este entrevistador.
La ocasión se veía idónea para lograr algunas precisiones sobre su vida y su obra.
P. Ahora que tus cuentos están siendo antologados, se editan por miles y son tema de estudio e investigación académica parece necesario que nos brindes alguna información sobre tu carrera de escritor.
R. Empecé a leer poesía gracias a un amigo, Daniel Valladares, que fue mi profesor en Mollendo, en el colegio. Junto a una pesada formación política de izquierda que nos transmitió conocí también gracias a él a dos libros de Neruda: “Veinte poemas de amor” y “Residencia en la tierra”. Daniel había estudiado Medicina en San Marcos, volvió a Mollendo sumamente politizado y se hizo profesor, contactó con algunos alumnos de cuarto o quinto grado y formó grupos de estudio.
Luego, cuando vine a Arequipa al primero que conocí en la Universidad fue a Oswaldo Chanove, en la Facultad de Sociología donde estudiábamos. Él me pasó muchas revistas de Lima, libros de poetas nacionales y de otros países. Y los dos junto a Alonso Ruiz Rosas hicimos un Taller de Poesía en el rectorado de la UNSA.
P. ¿Quiénes eran por entonces los poetas oficiales de Arequipa?
R. Portocarrero, Márquez, Vega y otros mayores como Guillermo Mercado o Gallegos Sanz. Yo no los conocía ni los había leído, pero sabía que estaban allí. Solo conocí los libros de Pepe Ruiz.
Lo nuestro partió de otros campos, de otras lecturas.
P. ¿Cuáles?
R. Quasimodo, Prevert, Edgar Lee Masters, Cavafis, Elliot, el último Neruda; y de los nacionales recuerdo que leíamos con pasión a Hinostrosa, al que recitábamos de memoria en nuestras reuniones. Los primeros poemas de Oswaldo me impactaron mucho, eran algo diferente de lo que yo leía en esa época.
Y ahí entré en “Ómnibus”. Mi motivación a partir de entonces fue escribir algunos poemas aceptables; Alonso los leía y decía este está bueno, este no. Al principio yo no sabía reconocer lo que había escrito como poesía, fue la aceptación de los demás la que me motivó. Al verlos publicados y releerlos recién me dije “esto es poesía”.
P. Luego vino la prosa…
R. Claro: la poesía fue mi primera etapa. Escribí poemas hasta el 84 u 85.
Luego viene una etapa de silencio y más tarde los cuentos.
Es la época de mi amistad con Walther Márquez a quien conocí en algún recital. Curiosamente no compartí con él la poesía, era algo mayor que nosotros; pero sí la prosa, me ayudó bastante.
P. Tu paso de la poesía a la prosa pareció bastante natural; siempre hay algo lírico en tus cuentos…
R. No fue un paso pensado ni premeditado. Para el número 14 de “Ómnibus” yo no tenía nada publicable. Noté que ya no me era fácil escribir poesía. Mis poemas eran más narrativos.
La actividad se traslada por esos años a Lima y sale “Macho Cabrío” en la imprenta de “Plomo”, Guillermo Cebrián. Algunos de nosotros viajamos a Lima para ayudar pero fue Oscar Malca quien se encargó de la edición. Escribí para “Macho Cabrío” un artículo, “El elogio del cuerpo”, y una crónica sobre Celia Cruz.
En ese momento sale la convocatoria de la Revista de Marka y la Universidad de San Marcos para el primer Concurso Nacional Juvenil de Cuento y Poesía; el año 82. Ganamos: Alonso Ruiz Rosas en poesía y yo en cuento (Con “La pesca”). El presidente del Jurado fue Marco Martos.
Cuando nos enteramos se armó una fiesta que acabó en casa de Patricia Andrade. Pero para mí fue el indicio de que mi etapa de poeta estaba cerrada.
Esto coincide con la dispersión del grupo: Alonso se fue a Europa, Oswaldo a Estados Unidos.
P. ¿Es cierto que el premio, un viaje a España, nunca te lo entregaron?
R. Lo que pasó es que Antonio Cisneros que dirigía la revista “El caballo rojo” que lanzó la convocatoria se peleó con los del diario y renunció. Y ahí me quedé en el aire. Cuando fui a verlos me dijeron que como había una relación académica con Cuba me conseguirían aunque sea un pasaje para allí; pero nunca salió nada.
P. ¿Cuáles fueron tus primeros cuentos?
R. “La pesca” fue el primero…
P. Y con ese lograste un premio nacional importante…
R. Si, pues. Luego viene un viaje a Yura gracias al apoyo de Walther Márquez que tenía un amigo o un cliente con una casa desocupada en el balneario. La idea era encerrarme allí unos meses para escribir mi primer libro de cuentos.
Yo había terminado la carrera de Sociología en la UNSA, estaba libre.
Me llevé un Chejov que me prestó Sergio Carrasco, mis libros de Onetti, y me dediqué a escribir. De allí salieron tres cuentos más o menos extensos de los cuales solo uno ha sobrevivido, “La quebrada de los perros”.
Más tarde escribí otros dos; uno que se ha vuelto muy ligero, “Lo último que pienso, lo último que digo”. El otro lo rompí, no me gustó.
Volví de Yura y le entregué una copia de esos cuentos a Walther, y me fui a Tacna. Había logrado hacer mi tesis de bachillerato y con el título conseguí unas horas en la Universidad Privada de Tacna. Y ahí empecé otra etapa de mi vida. Mis contactos con la gente de Arequipa se fueron haciendo más esporádicos y mi vida familiar se fue definiendo.
P. Veinte años después salió “Sigo corriendo”, tu libro de cuentos…
R. Pasé muchos años haciendo nuevas versiones de los cuentos que fueron quedando en pie. Me fui a España un par de veces, catorce años en total, y allí fui robando tiempo al trabajo para hacer las versiones finales, que son las que publicó “Apóstrofe” hace un par de años.
P. ¿Has escrito nuevos cuentos?
R. Tengo un par de proyectos por allí pero ahora quiero dedicarme a la novela. Mis amigos escritores de España me dicen que el cuento no es negocio. Exige demasiada perfección. Una novela en cambio fluye, deja espacio hasta para equivocarse. Pero si saco una edición española de “Sigo corriendo” me gustaría ampliarla con todo lo que llevo escrito en cuento.