Tragicomedia de un día vital
Antesala
“Los caminos de la vida, no son los que yo creía…”, canta Martina. Una mujer se queja. Tercer piso del Hospital “Edmundo Escomel”, sala de maternidad. Martina se le acerca. “No grite señora, le está quitando el aire a su hijo, ¿usted quiere a su hijo?, ¿no es cierto? Entonces no grite, calladita nomás. Es pecado gritar”. Cuando una mujer grita Martina hace esta operación. Gracias a ella las parturientas rumian su dolor. Parecen devotas en pleno rezo. Hay siete mujeres en trabajo de parto, una de ellas no alcanzó a tener cama, así que Martina que es técnica enfermera le acomodó una estrecha camilla.
Los médicos cambian de turno a las seis de la mañana. Uno de ellos pidió permiso el día anterior y como no se lo dieron invocó a su derecho a faltar al trabajo. Quedan dos doctoras y las obstetras. Tienen solo un monitor para atender a todas las mujeres, antes había dos pero uno se malogró. Su labor comienza con trasladar el monitor de mujer en mujer para observar el ritmo cardíaco del feto.
“No voy a poder aguantar un parto natural doctora, ¡no puedo!”, suplica una mujer mientras la revisan. La doctora no responde, continúa su trabajo hasta terminar con las otras pacientes. Cuando lo hace se ubica en el centro de la sala. “¡No crean que la cesáreas se hacen porque una no quiere aguantar el dolor! Si voy a hacer una cesáreas es porque tengo las pruebas de que realmente se necesita, el resto no”. La médica se va mientras grita que quiere pruebas. Las obstetras se miran unas a otras preocupadas.
Sala de partos
Dilatación nueve. La mujer de la camilla está lista. No hay médicos, así que las obstetras deciden hacerlo solas. Ingresan a la sala de partos. Los gritos comienzan. Raras veces se oye a la parturienta. Son las obstetras quienes gritan y ordenan. “Puja”. “Hazte popó”, “¿no quieres a tu hijo?”, “Ya falta poco. ¡Puja! No quiere, pues, no quiere, hay que irnos. ¡Puja entonces! ¡Puja! ¡Eso! ¡No!, ¡no regreses el aire! No quieres. ¡Vámonos!, que se quede sola. No quiere. Ya entonces ¡puja!, ¡puja!, ¡puja!”. Todo termina con el llanto del recién nacido.
Martina entra a la sala para hacer la limpieza. En cinco minutos debe comenzar la operación de la mujer que confesó que no podría soportar un parto normal. Las obstetrices y la médica llegaron a la conclusión de que realmente lo necesitaba, el ritmo cardiaco del bebé disminuía. La cesárea es silenciosa. De pronto, el llanto. Ya nació, dice una obstetra. La mujer pregunta qué es. “¡Eso es lo que le importa!, dice la médica. ¡No pregunta si está bien, pregunta qué es!”.
Piso
Cuando las mujeres salen de la sala de partos Martina las cambia y las abriga. Los bebés son bañados. “Ya terminó señora, ahora va a pedir que su esposo le traiga un ramo de flores”, les dice Martina al oído. A las once recién hay camas. Las madres del día anterior se van con sus bebés. Las parturientas son llevadas a piso. Martina les dice adiós, será la última vez que las madres la ven. Ella debe volver a sala de partos.
Cuando están en piso entran las enfermeras para lavarlas y cambiarlas. De pronto, una enfermera se para en el centro de las camas blandiendo una pequeña ropa interior. “Miren cómo son. Se les dijo que trajeran calzones grandes. Y la señora trae una tanga. Qué piensa, que va a tener una noche de amor, no señoras. Ni modo, así la cambiaremos. Si quiere estar manchada así se quedará”.
Las cunas
Llegan los bebés en pequeñas cunas de fierro. Las enfermeras los ponen junto a las madres. Ordenan que les den de lactar. Las madres intentan hacerlo. La mayoría no tiene leche y los bebés solo quieren dormir.
Observo que uno de los bebés ha nacido con mucho cabello. “Dice que cuando la embarazada llora los bebés nacen pelones ”, me responde su madre. “¿Y tú has llorado mucho?”. “Sí, por su papá, me ha hecho sufrir hasta en el parto. Cuando tuve los dolores su madre me dio mate de ruda cargado, dice que para que dé a luz rápido. Este es mi cuarto hijo. Todos los he tenido en parto natural, pero este ha nacido por cesárea, la ruda ha hecho que dilate y que se rompa la fuente, pero el bebé no bajaba. Me han cortado por eso”. Le digo que en Obstetricia hay un letrero que alerta que las mujeres embarazadas no deben tomar mates. “Sí, pero mi suegra me ha dicho”.
El bebé más grande ha nacido con cuatro kilos. La madre está adolorida pero satisfecha. Pregunto por el nombre del recién nacido. “Carlos Jameson. Es un regalo para su papá. Su papá se llama Carlos. Él todavía no sabe cómo le voy a poner. Va a estar feliz porque es hombre y porque se llama como él”. La mujer me mira con gran esperanza. “¿Y por qué Jameson?”. “No sé, me gusta, ¿me recomiendas algún otro nombre?”.
Salida
Entra la doctora para hacer visita médica. La mayoría de madres son dadas de alta. En el hospital faltan camas. Si no hay problemas las mujeres se quedan apenas un día. “Doctora, mi barriga no ha disminuido y ya he dado a luz”, pregunta una madre. “Hija, yo he dado a luz a una niña hace diecisiete años y hasta ahora mi barriga no disminuye. Así es la naturaleza”. La médica encoge los hombros mientras el resto ríe. Finalmente, les recomienda lavarse las heridas cuatro veces al día. Las saluda y se va.
Una de las madres comenta: “Para la barriga hay que ir al huesero para que te faje y hasta que no te dé hierbas especiales no hay que lavarse, no hay que tocar agua ni tocar metal, sino te da la bajada y te puedes morir. Hay que tener cuidado, si no ese bebé puede quedarse sin madre”