José Ruiz Rosas (1928-2018)
En 1984 ganó su más importante premio internacional, quizás su mayor desafío poético, el del Taller Coreográfico de la Universidad Nacional Autónoma de Méjico, “Elogio de la danza” es una belleza total, la poesía se ciñe al cuerpo y sigue a la música a lo largo de todo el libro. Don Pepe vino a mí y me pidió permiso para que esta fotografía, que le tomé cuando era Director del INC, ilustrara los créditos del libro. La foto original era más abierta, estaba sereno frente a la ventana. Yo fui a visitarlo porque era un placer hablar con él a solas. Tras despedirme, cuando salía, volví la vista y él estaba allí lleno de matices, donde siempre estará, recibiendo la luz de frente.
JOSÉ RUIZ ROSAS
Yo tengo un sol opaco
Yo tengo un sol opaco en la mirada
puesto a secarse allí como una estopa
y me ciega de veras, porque abundan
marginadas estrella en los párpados
que concurren a diario entre la sombra,
leve delito de la luz, que cuaja
en pretéritas lágrimas de infancia
y, durecidas pústulas, legañas
estorban todo el porvenir del ámbito,
miran apenas huellas, más por tacto,
más por olfato que por fiel vislumbre.
Yo tengo el ojo así, túrbido y tenue,
pegado al microscopio, sin los ágiles
desplazamientos de húmedos microbios
atender, con la voz puesta de bruces
convertida en silencio desde el tiempo,
desde las hóspitas cavernas, desde
la pelambre aterida, desde el rayo
divinizado, desde el árbol mágico.
Yo tengo el tímpano más bien ligero,
el martillo en metal endurecido
como un desnudo afán de lluvias, como
un onanista enfermo en resonancias,
acuclillado caracol, dormido
estribo en los galopes de la noche,
oído en tajo al sol y a las tinieblas
como hendida raíz de intermitencias
resonando en porqués y cuándos, ecos
de los ecos que moran en el aire,
de lo que respiramos, convencidos
de asegurar las ondas sin estrépitos,
las paredes abiertas por las técnicas
trayéndonos mensajes y leyéndonos
en alta voz las cosas más distantes,
ah laberinto al que retorna Dédalo
como herida paloma, eterno caos
que vuelve al punto umbilical ya seco.
Yo tengo el tacto ardido, porque toca
alguna vez la yema el frasco ajeno,
la mejilla pueril que riega el ojo,
la piel de la mujer, plena de esencias,
la insensata moneda que acaricio
en veces, yermo símbolo palpable,
y esta verdad ambiente en que ambulamos
del catre, de la mesa, de la ropa,
hasta llegar al más purificado
papel, página en blanco del poema,
margen desgarratriz de lo sensorio,
sutil profanación, cosa en la cosas,
eléctrico y sensual presentimiento
en claros eslabones y ataduras,
en diligentes florescencias náuticas
al azar controladas por cronógrafos,
entre la estricta realidad sumerso
con instantáneas fugas palpebrales.
Yo tengo, cual tu tienes tan sin duda,
este incómodo espejo en vano huero,
este acústico umbral siempre horadado,
esta sepulta cárcel transeúnte
caminados al cielo, en los compases
de qué mefisto ingenio calculados.
(Tomado de Poesía reunida, Editorial UNSA, 1998)