El mar

Una página poco conocida de la autora de “Jorge, el hijo del pueblo”

 

Inmenso espejo de los cielos; sonora nota del universal concierto; palpitante seno de la naturaleza; heme aquí otra vez en tus orillas, soñando, sin duda, al suave rumor de tu dormido aliento.

Tranquilas están tus ondulaciones, como los ligeros pensamiento que pueblan la mente infantil y circundado de blancas blondas, pareces el rozagante manto con que se engalana la tierra.

Tus aguas están teñidas con el hermoso color de la esperanza, tus nítidas espumas acarician como fugitivas ilusiones; tus rumorosos acentos halagan como promesas de felicidad. Hoy lo mismo que siempre, eres la alegoría del corazón juvenil aprisionado entre las redes de enérgicos ensueño. Por eso tus horizontes están teñidos con los colores de la rosa y el topacio, del nácar y la violeta; por eso ofreces a mis ojos cascadas de oro que se precipitan sobre lagos de fuego; castillos abrazados por devorante incendio, volcanes que todo lo iluminan con el resplandor de sus carmíneas lavas; por encima, los cielos serenos, claros, purísimos; por debajo, las aguas ondulantes, rizadas, estremecidas; por todas partes belleza, vaguedad, encanto, melancolía.

 

***

Muy niña era cuando te admiré por vez primera; mi impresión fue profunda; pero no pudo traducirse en pensamiento.  Sentía tu grandeza; me arrastraba tu inmensidad; me poseía tu encanto; mas las ideas no brotaban en mi cerebro sino confusamente, como los primeros tenues rayos de luz, entre las tinieblas de la mañana; ahora mil pensamientos acuden a mi mente, y casi todos son melancólicos, como el lejano zumbido de tus olas en el silencio de la noche.

 

***

Creo ver en ti el bosquejo de nuestra mísera existencia.

Sí, tu rizada superficie oculta, como el corazón humano, abismos insondables, ¡y bajo tus olas transparentes cuántos monstruos se cobijan! ¡Y en los laberintos de tus cavernas cuántos tesoros se esconden!

Varías de matices a medida que avanza el día; como cambia el hombre de ideas según transcurren las épocas de su vida.

Miro levantarse tus murallas cristalinas transparentadas por la luz, como la esperanza que constante se alza coronada de ilusiones, y como aquellas se derrumba y sucumbe.

Tu nítida y graciosa espuma es como la sonrisa que impregnada de amargura sirve no obstante, de disfraz al sufrimiento; tus negros peñascos se me imaginan símbolos de la desesperación, la niebla que se levanta al romper tus olas sobre la playa, es la tristeza que inunda el corazón que ve sus esperanzas desvanecidas, sus ilusiones muertas…, tus arenas calcinadas son el polvo de esas ilusiones caídas, húmedo por amargas lágrimas en su principio, después seco, candente, devorador…

 

***

Pero tú eres el vínculo que une todas las extremidades del globo. A tu inseguro seno arrojan todos los pueblos los adelantos de su progreso para comunicarlo a otros pueblos, y cada embarcación que cruza es como el hálito de una nación que pasa.

Sublime eres en grandeza, tú que pareces sostener el firmamento con tus olas; tú, que abres las puertas a la aurora y apagas el sol con todos sus resplandores.

¿Dónde hallar espectáculo más grandioso?

¡Oh! ¡Yo no sé, yo no sé dónde lo he visto! Mas mis ojos recorren, ¡oh mar!, tu inmensidad, ¡y me parece demasiado limitada! Anhelante sumerjo mi vista en ese otro océano de rojos vapores que el sol inflama, y las halla pálidas; tu horizonte está muy inmediato, tu bóveda azul en extremo baja.

Yo siento dentro de mí algo que no tiene definición. Mi espíritu anhela lanzarse a regiones desconocidas de las cuales parece conservar algo como el vago recuerdo de fugitiva visión. Mi alma absorbe con delicia toda la luz, toda la armonía, toda la poesía que vierte el mar en sus cadencias y estremecimientos; el cielo en su serenidad eterna y en su extensión infinita: el aire en su soplo ligero, rumoroso, impalpable; mas todo este encanto cae sobre ella, como una sola gota de rocío en la flor que casualmente hubiera brotado en los secos arenales del desierto.

 

***

¡Álzate oh mar airado!, quiero gozar del sublime espectáculo de tu fiereza. Siempre me sentí atraída por las escenas de la naturaleza conmovida; siempre hallaron en mi alma un eco indefinible de placer la vívida claridad del relámpago, el horrísono estruendo del rayo al estallar, el aterrante sacudimiento de la tierra.

¡Levántense, pues, tus encrespadas olas; conviértanse en rugidos tus rumores, avanza terrible y destructor sobre las playas, rómpanse tus cristales contra los peñascos, cúbranse tus islas de blancos sudarios y tus espumas violentamente impelidas amenacen salpicar el azul del firmamento!

¡Preséntate a mis ojos con toda la magnificencia de tus tormentas; sacude mi alma con tu aterrante grandeza!

No importa que la emoción me fatigue; porque tengo que descansar sobre la florida alfombra en que se reclina mi ciudad querida, para evocar bajo su purísimo cielo rociado de estrellas,  los gratos recuerdos que tus riveras me dejaron.

Yo te he visto apacible recibir en tus ondas los dulcísimos rayos de la luna; yo he gozado la belleza de estas noches serenas, deliciosas, impregnadas de armonías, de perfumes, y de bellas ilusiones; añade a ese encanto la ostentación de tu poder, y haz que vea en sublime espectáculo, por lo menos entreabierto, el telón que me oculta la decoración del Infinito!

 

(Tomado de “Arequipa Ilustrada”; reproducido el 05 de enero como homenaje a Mollendo en su aniversario).

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