
Ante todo existen algunos prejuicios que deben dejarse de lado para evitar confusiones; no nos referimos al minimalismo entendido como hábito perjudicial que da preponderancia a lo utilitario en perjuicio de lo estilístico o de lo expresivo, tampoco tienen lugar en este espacio los postulados pesimistas que ponen de relieve la resignación o el fatalismo. Dado que la naturaleza del minimalismo de vanguardia es de corte artístico fundamentalmente, evitaremos extendernos en cuestiones que no converjan en este punto.
Un buen comienzo sería considerar lo que hoy se denomina en el entorno filosófico como “minimalismo existencial”, se trata de una tendencia que aún no ha fijado bases firmes pero que se yergue como una posibilidad fácilmente aprehensible para afrontar el mundo, por eso, aquí entran en juego las formas particulares de contemplar la vida; en este sentido el minimalismo existencial consiste en ver la vida como un objeto de creación, como un lienzo, de tal forma que lo que uno vive es en realidad una expresión estética, un hacer de la vida algo bello, apreciable.
El minimalismo también es considerado como uno de las múltiples efectos desencadenados por la posmodernidad, a su lado encontramos prácticas como el arte povera, el land art o el happening, cuya naturaleza artística bastante cuestionada en sus inicios puede valorarse como auténtica en los tiempos de hoy donde las tendencias ecologistas y espiritualistas están en un creciente ascenso. Entre los principales representantes de la tendencia minimalista, difundida raudamente en muchas facetas del arte, tenemos al pianista italiano Ludovic Einaudi, quien para elaborar su música concatena series de sonidos reiterativos para dar forma a melodías catalogadas como introspectivas; en cuanto a la pintura podemos mencionar a Frank Stella como uno de sus principales impulsores, el mismo que desarrolló su obra en función al axioma gestáltico de la predominancia del todo sobre la suma de las partes; también es imprescindible mencionar dentro de las letras a Raymond Carver, quien recurriendo a un lenguaje sencillo buscó reducir al máximo la expresividad de sus relatos con el fin de resaltar más el contexto, este tipo de minimalismo fue considerado en el ámbito literario norteamericano como el “realismo sucio”.
Otro punto importante en esta breve incursión por el minimalismo es el referido a la antiquísima tradición ascética, aquí es posible mencionar por lo menos dos vertientes ineludibles. En primer término, encontramos a la muchas veces comentada religión budista, la misma que tiene como meta espiritual “el nirvana”; según los grandes maestros budistas y el mismo Buda este consiste en la completa liberación y la absoluta renuncia. Por otro lado también debemos considerar el ascetismo heredado de la Iglesia ortodoxa, aquí encontramos a los maestros ascetas y padres del desierto; dentro de esta ostentosa tradición se hallan figuras de la talla de Orígenes, San Gregorio Magno y el mismo San Agustín, quien al igual que Buda, descubrió que el sentido de la existencia y Dios mismo se encontraban en lo más recóndito del ser y no fuera, la santidad es una aventura interior. Se deben a esta corriente contemplativa libros de importancia capital como las “Confesiones” de San Agustín, y en cierta forma “Los hermanos Karamazov” de Fiodor Dostoievski.
Para concluir este repaso también resulta interesante incluir algunos autores que ven en sus modus vivendi una expresión clara del minimalismo existencial, lo cual los ha impulsado a difundir estas experiencias como tentativa de un tipo de vida ideal desprovisto de complicaciones y ambiciones insanas. La autora francesa Dominique Loreau nos muestra en su libro “El arte de simplificar la vida” su experiencia con el “zen”, fiduciario de la milenaria civilización nipona, de igual manera sobresale el minimalista Everrette Bogue con su libro electrónico “el arte de ser minimalista”, donde defiende la incansable búsqueda de tres elementos: la sostenibilidad, el equilibrio y la libertad.