Aunque ahora relacionamos indigenismo con el dirigente boliviano Evo Morales, la verdad es que esta corriente de opinión favorable a los indios se encuentra presente en toda la historia latinoamericana. Para Henri Favre, Cristóbal Colón sería el primer indigenista por la manera idealizada en que habla de los nativos. Pero, en sentido restringido, indigenismo es un movimiento político, social y cultural que surge en la segunda mitad del siglo xix.
La querella del indio.
Comencemos por el sentido amplio. Poco después de la conquista, diversos religiosos denuncian la explotación que sufren los indígenas a manos de los colonizadores. En 1512, Montesinos pronuncia un memorable sermón contra los abusos de los españoles. Fray Bartolomé de las Casas se convertirá en el defensor por excelencia de los nativos, enfrentándose a partidarios de la conquista como Ginés de Sepúlveda. En esta apasionada controversia intelectual, lo que está en juego son los elementos de legitimación del dominio hispano en el Nuevo Mundo.
Más tarde, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, encontramos otras manifestaciones de este “indigenismo histórico”. El religioso agustino Juan Zapata y Sandoval, por ejemplo, defiende el derecho de los indígenas a ocupar cargos públicos. Por otra parte, los autores criollos se apropian del pasado precolombino para demostrar que ellos no tienen nada que envidar los europeos en cuanto antigüedad.
La independencia
Al estallar los movimientos secesionistas de principios del siglo xix, los libertadores se plantean cómo incorporar a la masa indígena a los nuevos estados. Lo harán desde una perspectiva asimilacionista: no había que hablar de blancos o indios sino sólo de mexicanos, peruanos, etc. En adelante, se supone, el criterio de diferenciación no residirá en la raza sino en la riqueza económica.
Para justificar la emancipación de la metrópoli española, la burguesía criolla recurrirá a la mitificación de la historia precolombina. Con la finalidad de establecer una continuidad entre Perú y México y los antiguos incas y aztecas. Cuahutemoc y Atahualpa se convierten en figuras reverenciadas, aunque los indios que en esos momentos están vivos se ven reducidos a la condición de ciudadanos de segunda categoría. La denominada “leyenda negra” se revela extraordinariamente funcional para los propósitos independentistas: la separación de España se justifica, entre otras razones, como un medio de vengar los desafueros cometidos por los conquistadores.
No hay que olvidar, además, de que libertadores como Francisco de Miranda se inspira en las raíces indígenas del continente para trazar sus proyectos políticos. El Precursor venezolano incluso llega imaginar un Inca o soberano hereditario según el modelo británico de monarquía constitucional.
Las repúblicas surgidas de la independencia son creaciones de blancos y para blancos. Su heterogeneidad racial será vista como un lastre para el progreso. El indio, se dice, es indolente y vicioso, aunque no necesariamente se afirma que lo sea por naturaleza. Por ello surgen iniciativas para blanquear la población a través del flujo de emigrantes europeos, si es que no se recurre a la represión abierta contra las comunidades nativas. Éstas protagonizaran diversos levantamientos contra los blancos, interpretadas sistemáticamente por el pensamiento de los intelectuales oficiales en términos de lucha de la barbarie, la de unos pueblos atrasados, contra la civilización.
Indigenismo y nacionalismo
Frente a las corrientes racistas se alzan los que ven en los indios las esencias más puras del país. Así, se contrapone el Perú blanco de la costa al de la sierra, que sería el auténtico. Según el telurismo, el indio encarna las fuerzas de la naturaleza que forman la identidad colectiva.
Ante la necesidad de homogeneizar una población escindida en castas, se plantea incorporar a los indígenas a la comunidad nacional a través de la educación. Lo que implica, por supuesto, que el fin último es que el indio deje de ser indio. El mexicano Vasconcelos propondrá la creación de una raza mestiza que, en su opinión, deberá llevar a la humanidad a un estadio de plenitud.
Frente a la tendencia culturalista, pensadores marxistas, como Mariátegui, denuncian que el verdadero problema es de raíz económica: Los nativos se encuentran sometidos al despotismo de la oligarquía latifundista. Para emanciparles, lo que hay que hacer es transformar la distribución de la propiedad agraria. Por otra parte, los autores comunistas tienden a ver en las comunidades nativas una manifestación precursora de sus ideales colectivistas.
Del indigenismo al indianismo
Entre 1920 y 1970, de la mano de los intentos de modernización, el indigenismo va a ser la ideología oficial del Estado intervencionista. Es lo que sucede en el México posterior a la revolución y también en Perú, donde se crea el Departamento de Asuntos Indígenas. Los efectos de las políticas estatales serán ambivalentes, ya que, si bien se acaba con la antigua sumisión feudal, esta se sustituye por la dependencia respecto al partido libertador. Los indios acceden a la tierra, pero la posesión de la misma no acostumbra a estar definida en términos satisfactorios. En México, por ejemplo, los campesinos sólo disfrutaran de su usufructo.
Con la crisis del estado asistencialista, el indigenismo entra en crisis. Desarrollado a partir de 1970, el indianismo pretende ser una alternativa al mismo genuinamente india, no una mera reflexión criolla y mestiza. Dicho de otro modo: el indianismo piensa desde dentro, el indigenismo desde fuera.
Citar, para concluir este veloz recorrido, la aparición de un indigenismo literario como el representado, en Perú, por Clorinda Matto de Turner, autora de la célebre novela “Aves sin nido”, o Ciro Alegría. En Bolivia destaca Alcides Arguedas y en Ecuador Jorge Icaza. Pero, a menudo, lo que encontramos es una literatura lastrada por su externalidad respecto a la problemática india, hecha por autores urbanos con poca comprensión del mundo rural. Aunque ello no les impide hacer pasar sus creaciones por supuestos documentos etnográficos. Esta corriente, según sus críticos, produjo libros en exceso localistas, sin interés para lectores ajenos a su contexto social.