Perfiles de José de San Martín

Otro ilustre desconocido

El pasado 27 de julio, en la Casa  de América de Barcelona, su representante, Antoni Travería presentó “La voz del gran jefe -Vida y pensamiento de José de San Martín”, la biografía conclusa escrita por Felipe Pigna, uno de los historiadores argentinos más prolífico y conocido. 80,000 ejemplares vendidos de una obra fundamental para quienes admiramos al homenajeado y desconocido prócer de nuestra independencia.

En su disertación, Pigna destacó que San Martín, durante su detención en Marsella estudió a fondo las obras de Rousseau, Voltaire, Montesquieu, preparando su pensado regreso. Participó de la logia masónica gaditana que trabajaba para la independencia americana, cuando entre 1811 y 1812 regresó a Argentina. Fue un personaje progresista, gran aficionado a la pintura -pintó marinas, paisajes navales- además de concertista de guitarra clásica. Padecía de reuma, asma, artritis, úlcera y ya en 1814, sólo cuatro años después de que Hahnemann fundamentara la homeopatía, San Martín adquirió un botiquín homeopático. Bibliófilo, su biblioteca -que  en parte donaría para  la Biblioteca Nacional de Lima-  era variada: jardinería, ebanistería, filosofía. Escribió una obra teatral sobre Fernando VII y Atahualpa.

En 1812 ingresó en la sociedad patriótica -Logia Lautaro o de los caballeros racionales. Creó el cuerpo de granaderos a caballo, cuya  primera acción victoriosa fue defender las costas del río Paraná, convocando a 300 guaraníes-cuyas cualidades admiraba- entre los granaderos. La batalla duró 15 minutos, los adversarios cayeron  a un barranco.

Otro hecho poco conocido es que cuando San Martín fue herido, lo salvó el soldado mulato Cabral, ascendido a sargento post mortem y “blanqueado” para la historia por obra del racismo, incluso en las láminas de Billiken.

Tras decretarse la independencia argentina, Carlos de Alvear, su compañero de logía, se revela como su peor enemigo, ya que San Martín, contrario a la concentración de poder, participó con su proyecto político en las republiquetas de Jujuy o Cochabamba, formada por 104 patriotas como la recientemente homenajeada Juana Azurduy o Asensio Padilla.

San Martín decide atacar Lima, ejerciendo como profesor de historia y preparando un programa de actividades científico-militares para las tropas, preparando el cruce de los Andes. Entre los 5,000 soldados, había 800 negros libertos, a quienes siempre valoró  como los más leales y  valientes, contando con fray Luis Beltrán como armero. San Martín organizó además un programa de salud pública y la primera campaña de vacunación masiva, además de abogar por la educación escolar y universitaria pública, completando su ideario con expropiaciones a los enemigos de la revolución, para crear chacras comunales.

Pigna califica el cruce de los Andes de hazaña sin parangón, en la que San Martín dio un ejemplo de liderazgo horizontal, además de victorias precedentes como la batalla de Chacabuco, en la que murieron 500 españoles y 12 patriotas.

Ya en 1815, Alvear intentaba desestabilizar a  San Martín, incluso trató de asesinarlo. Pigna ironiza con que el hotel bonaerense más lujoso lleva el nombre del pérfido Alvear, quien en 1818 negó su ayuda para la campaña de Perú. San Martín pidió ayuda a los Estados Unidos de América, que se negó a colaborar -San Martín, por eso, tenía pésima opinión del  estado gringo.

Tras proclamar la independencia peruana el 28 de julio de 1821 volvieron a negarle ayuda para acabar con la resistencia española del sur. Sin apoyo, en inmensa soledad y desventaja, se reúne con Bolívar ofreciéndose a ser  el segundo. Bolívar sabe  que no puede tenerlo como segundo, así que nuestro héroe se apea del proceso, perseguido por Bernardino Rivadavia. Pide asilo en Francia, donde es rechazado -el informe pertinente lo define como “un peligroso subversivo latinoamericano”. Desde Londres se  mantiene informado de los acontecimientos andinos, mientras el gobierno argentino se niega a pagarle los sueldos que le corresponden. Tras pasar por Argentina y Montevideo en 1829, se instala en París en 1830, donde mantiene amistad con el empresario de la Opera de París Alejandro Aguado y con Víctor Hugo, Balzac, Donizetti, a quienes admira, sin creerse del todo que son más bien ellos quienes le admiran .

Mantiene correspondencia con Rosas, mostrando su  espíritu anticlerical en carta a Belgrano: “los latinoamericanos no tenemos derecho ni al purgatorio”, en alusión a la condena al infierno a todos los latinoamericanos promulgada por el papa Pio VIII.

Sus últimos años los vive en la costa normanda, con su hija a quien dedica un libro de preceptos- y sus dos nietas, aquejado de ceguera, en la biblioteca del doctor Gadget.

Recién en 1880 regresó su cuerpo embalsamado a Buenos Aires. El clero se negó a enterrarlo en la catedral por ser  masón, de modo que su mausoleo está en la capilla lateral construida ex profeso.

Admiraba a Napoleón como estratega militar, pero lo consideraba un traidor a la revolución.

Con ésta obra Pigna rescata la voz acallada de su  pensamiento político, ya que nuestro héroe destacaba por su ausencia de ego, un perfil bajo, redactaba sus documentos en tercera persona del plural y le divertía subrayar los pronombres posesivos de los informes del siniestro Alvear. Según Pigna, más que federalista, optaba por la monarquía constitucional con Juan Bautista Atahualpa, prisionero en Ceuta, como cabeza visible.

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